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Muy fan de San Cucufato.

Publicado el 10 noviembre 2017 por Bypils @bypils

Muy fan de San Cucufato.

Preparando la maleta y vaciando el bolso de cosas no imprescindibles para el viaje que iba a realizar, decidí dejar en casa mi agenda. Es una pequeña agenda “física”, no muy grande pero abultada. Tiene sus anillitas, sus apartados anuales, mensuales y notas. En esa agenda están señaladas las fechas importantes que debo tener en cuenta, las contraseñas y passwords de las cosas que no utilizo habitualmente pero que, a veces necesito, notas y recordatorios… ¿Qué por qué no me lo paso todo al teléfono? Pues no lo sé. Creo que soy de la vieja escuela analógica y aún debo escribir (a mano) para recordar.

El tema es que no es una agenda cualquiera. Es: “La Agenda”. Decidí no dejarla a la vista y, en un acto de máxima estupidez, elegí un lugar no habitual. Es más, pensé: “Aquí nadie la podrá encontrar”. Y digo de máxima estupidez, porque siempre que he hecho esto a solas, no ha funcionado.  Si hay alguien en casa, le notifico el lugar en el que he depositado el objeto en cuestión y así, si yo lo olvido, tengo quien me lo recuerda, pero…esta vez, estaba sola. Y lo hice.

¿Por qué siempre el mismo error, si sé que hay posibilidades de que no me acuerde? No tengo la respuesta… ; – )

A la vuelta del viaje, busco la Agenda y…no encuentro la Agenda. Casi (el casi es definitorio en esta situación) estoy segura del gesto que hice y dónde la dejé, pero… No está. Desordeno y vuelvo a ordenar. Vacío bolsos y cajones. Doy dos pasos hacia atrás y me concentro en San Antonio, pero, pasan las semanas y mi “La Agenda” no aparece.

Ayer por la tarde, me llega el Recambio 2018 que he comprado online. El fajo de hojitas que me sitúan en el año próximo, hace evidente que yo no tengo La Agenda. Y, vuelvo a empezar. Abrir, cerrar, palpar, apartar…Recuerdo el post que escribí sobre este tema hace un tiempo y pienso en que mis neuronas no se están conectando para recordar el dónde, pero me hace rememorar a San Cucufato y la oración sádica para encontrar objetos perdidos así que me encomiendo a San Cucufato.

De repente, me voy de la estancia en la que estaba “casi” segura que había dejado La Agenda. Voy diciendo lo de San Cucufato (pobrecillo). Reviso unas estanterías de libros, muevo algunos marcos de fotos, pero San Cucufato me dice que me gire y mire en el interior de la cesta de mimbre que hay en una mesa auxiliar.

Y, sí, ahí está. Abultadita y preciosa. Con las hojas viejas y manuscritas con mis anotaciones. La Agenda…

Así que, he cambiado de bando y ya no soy de San Antonio. Ahora, soy muy fan de San Cucufato…


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