Este fue el discurso que dije hace unas horas para mi clase de Competencia Comunicativa. Lo escribí el 1° de Noviembre de 2011. Mis sinceras felicitaciones a todos mis compañeros y amigos, lo hicieron fantástico en el pódium
Bajo mi concepto de la vida y el mundo, si las mujeres y los hombres se congregan en pueblos, ciudades y países, deberían extrapolar su pensamiento hacia lo comunal, lo que beneficie a todos. Si la lógica no me falla, claro. Si somos seres sociales, ¿por qué diseñar todo un sistema que individualiza, encierra y aísla, amputando toda intención de unidad?
De tantos aspectos en los cuales vamos contra la razón, una de las más notorias y que más consecuencias negativas causa es la forma tan ineficiente y peligrosa en que nos transportamos. En una ciudad próspera e industrial como Monterrey, cómo no darle gran valor al uso del auto, a las grandes avenidas de alta velocidad, a inmensos espacios para estacionamiento: nos da una sensación de lujo, de plusvalía, de comodidad, seguridad y elegancia… Oh, error… Quizá, desde una perspectiva de consumo excesivo = estatus y clase = persona más valiosa, sí; quizá en una sociedad de uno, en una individualidad poco importa el impacto si sólo se agrede a sí mismo con ese estilo de vida. Más no en una red de personas, donde la acción o inacción de uno afecta a todos.
Según datos recabado en 2010 por el INEGI, el Area Metropolitana de Monterrey cuenta con la 2° población de vehículos particulares más grande, y un promedio de 1.1 personas por coche, un evidente desperdicio de recursos, espacio y capacidad automotriz; también hay estudios ambientales hecho en la capital regia que declaran que existe un déficit de más de 1 millón de m2 de áreas verdes. Si tomamos en cuenta investigaciones belgas, en las que se descubrió que el estrés causado por el tráfico y los gases de los carros son causantes de casi 10% de los ataques cardíacos, y que el norteño típico pasa de media hora a hora y media diaria sin rebasar los 10 km/h en el parque vehicular, nos damos cuenta de la gran merma a nuestra economía, salud y tiempo que estamos cometiendo al preferir un transporte privado y, en vista de su masificación, ineficiente y peligroso, sobre alternativas públicas más eficientes, asequibles y seguras.
Por supuesto que las ventajas del transporte público recaen en responsabilidad de los gobiernos, y en la activa participación ciudadana para instar a sus representantes a repensar la infraestructura y proveer medios públicos ideales para la gran ciudad que somos. Queda en el pueblo iniciar el cambio; no por nada somos democracia: en nosotros está el potencial de cambiar una ciudad caníbal de autos veloces, caóticos y derrochadores, en una cuidad más humana, pensando como equipo y moviéndonos por calles y avenidas segura, eficiente y armoniosamente.