Ahora bien, aunque Dante nos enseñó que los traidores van al peor de los infiernos, y sin embargo, la verdad es que antes de ello, "lo que aquí se hace, aquí se paga", por que los traidores que acabaron con las vidas de Madero y Pino Suárez realmente pagaron en sus vidas ese pecado.
Victoriano Huerta era un militar ambicioso que no dejaba escapar las oportunidades que le favorecieran, costara lo que costara. Según relatos de quienes lo conocieron, era bebedor empedernido y celebró con coñac la aprehensión de Madero. Pero su gobierno usurpador duro solo 17 meses y huyó de México en julio de 1914 rumbo a España. Al año siguiente, conspiró con alemanes para regresar al poder, pero fracasó; y a su regreso fue detenido en Nueva York, y encarcelado en El Paso, Texas, donde murió de cirrosis en 1916.
Francisco Cárdenas tuvo la sangre lo suficientemente fría como para acabar con el expresidente, sin titubeos. Para ello no era general, y sin embargo, tras haber hecho esto, fue elevado a ese grado. Tras la caída de Huerta, se exilió en Guatemala, pero el vecino del sur permitió extraditarlo a México, por lo que se dio a la fuga, como un delincuente cualquiera, pero fue apresado. Víctima de la desesperación, logró suicidarse con su revólver antes de regresar a México.
Aureliano Blanquet cambió de bando en cuestión de días, porque tiempo después de dar un discurso a favor de Madero, aprehendió al presidente, aun cuando tenía el deber de velar por la seguridad del primer mandatario. Lo cual dejaba claro que no estaba dispuesto a honrar al ejército, morir por la Patria, ni respetar la legalidad de su gobierno, como lo había proclamado en su discurso, con todo y que fue uno de los que en 1867 fusilaron a Maximiliano. Acto seguido a su traición, fue elevado al grado de general, aunque el gusto le duró muy poco, al demostrar su mediocridad militar en su intento por detener a los constitucionalistas. Como los demás judas, se exilió en el extranjero, pero regresó en 1919. Perseguido por las tropas del General Guadalupe Sánchez, en su huida cayó de una barranca en la sierra de Veracruz; se dice que su cuerpo sin vida reflejaba un rostro lleno de terror. Luego le cortaron la cabeza para que fuera exibida como trofeo de guerra en el puerto de Veracruz.
Manuel Mondragón odiaba claramente a Madero, sus promesas de hacer un México mejor, acabando con el antiguo régimen porfirista que obstaculizaban sus ambiciones de avaricia y poder, eran la raíz de ese odio. Durante el Porfiriato, se sirvió con la cuchara grande al quedarse con el dinero de las armas que vendía al gobierno mexicano por los proveedores a quienes pedía aumentaran los precios. Fue él quien asesinó brutalmente a Gustavo Madero, el hermano del presidente, después de torturarlo. Esto le valió su ascenso a ministro de Guerra y Marina, y aunque quizo seguir abusando de los negocios públicos, el mismo Huerta lo expulsó de México, culpándolo de sus derrotas en Zacatecas. Murió en el exilio por una tuberculosis que le pudrió el estómago lenta y dolorosamente; pero a los dolores físicos se sumaron los causados por espectros y demonios de su conciencia que no lo dejaron en paz ni en su lecho de muerte.
Félix Díaz era sobrino de Porfirio Díaz, y por ese apellido la nación le rendiría homenajes, aunque realmente solo era un "sobrino incomodo". No murió de un enfermedad horrible, asesinado o víctima de algún accidente fatal, sino tranquilamente en su cama. Pero no por ello descansó en paz, por que la sombra de Porfirio Díaz siempre lo persiguió, pues era mal militar, no destacaba en nada y su proceder siempre daba qué desear.
En cuanto al embajador norteamericano Henry Lane Wilson, y aunque no se podría decir que traicionó a Madero directamente, su ambición por querer proteger los intereses de su país y los de aquellos que habían sido beneficiados por el régimen de Díaz, fueron la causa de la conspiración contra el primer mandatario mexicano. No por ser ajeno a México no pagó por las muertes del presidente y vicepresidente que provocó, porque la Crisis de 1929 lo dejó en bancarrota, y aunque no se suicidó, si fue muerto por envenenamiento tres años después.
Considérese simple coincidencia o justicia divina, lo cierto es que no fue necesaria una venganza humana para acabar con los traidores que a sangre fría, acabaron no solo con la vida de dos gobernantes electos democráticamente por el pueblo mexicano, sino que mancharon el nombre de México y se deshonraron a sí mismos como personas y a sus respectivos títulos.