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- Armando Alanís- Editorial mr novela histórica
Por: Héctor Medina Varalta
Cuando creíamos que todo se había dicho y escrito acerca del legendario Francisco Villa, aparece esta novela que revela aspectos contrastantes de la vida pública y privada del Centauro del Norte. ¿Era Doroteo Arango, el joven ladrón de ganado, o el general de división que no dudaba en matar él mismo o mandar al paredón a sus enemigos? ¿El mujeriego a quien nada detenía, o el ser humano conmovido hasta el llanto ante el asesinato de Madero y que se emocionaba viéndose rodeado de niños? ¿El goloso individuo común que consumía considerables cantidades de dulces y helados, aun en los momentos más críticos, o el hombre cuyo gusto por la literatura surgió en prisión con el Quijote y Los tres mosqueteros? Las lágrimas del Centauro presenta, en su contexto y devenir, de frente y de perfil, al personaje de carne y hueso, alejado de las estampitas de papelería, los libros de texto y los discursos de cada 20 de noviembre. Armando Alanís ha escrito la ficción más entrañable sobre este personaje.
Ni 10 hombres pudieron encontrarloEl autor comenta que hace cuatro años decidió escribir una novela que hablara sobre Pancho Villa. “En ese entonces-enfatiza-conocía de Villa más o menos lo que conoce cualquier mexicano y empecé a leer todas las biografías, libros de historia y algunas novelas de la revolución. ‘Vámonos con Pancho Villa de Rafael R. Muñoz; el ‘Águila y la serpiente’ de Martín Luis Guzmán, una joya de la literatura mexicana, pero cuando empezaba a escribir los primeros capítulos sobre Pancho Villa me di cuenta que no podía seguir adelante con la novela si no me iba a Chihuahua y visitar algunos lugares más importantes por donde caminó Villa’.Ahí Alaníz conoció a Rubén Osorio (quien tiene más de 40 años investigando la vida del Centauro del Norte) quien le invitó a una excursión a la cueva de Coscomate en la que se ocultó del ejército de los Estados Unidos porque como se recordará, el 9 de marzo de 1916, Villa atacó el pequeño poblado de Columbus, Nuevo México, en Estados Unidos. Su gente acabó con el poblado y mataron a 17 estadounidenses. Una de las pocas veces que ese país vecino fue atacado en su propio territorio. Como respuesta, el gobierno estadounidense envió a Chihuahua una fuerza punitiva de 10 mil hombres, al mando del general Pershing, con el fin de capturar a general mexicano, vivo o muerto. A su vez, Venustiano Carranza, entonces presidente de México, envió una fuerza igualmente numérica con el mismo propósito.
Villa de carne y huesoHay un corrido en el que narra que lo buscaban 300 aviones, pero se exagera, ya que sólo fueron ocho o nueve aviones destartalados. Lo curioso del caso es que el ejército que comandaba Pershing nunca pudo encontrarlo. Se hizo famoso aquel dicho que decía “Pancho Villa” en todas partes y en ninguna. Cuando preguntaban por él, la gente proporcionaba informes equivocados porque quería mucho a Villa. Una de las facetas poco conocidas de Francisco Villa es que era muy sentimental; lloraba cuando uno de sus generales moría en el campo de batalla y también lloró junto al sepulcro de Francisco I. Madero en el Panteón Francés pues lo vio como al padre que nunca tuvo. Esa vez, Villa tenía que dar un discurso, empieza a hablar pero de pronto las palabras se le atoran en la garganta y se suelta llorando como niño. Es muy famosa la foto y parte de una película cuando Villa se enjuga las lágrimas con un pañuelo grande que se usaban en aquel tiempo. Entonces, tenía ese aspecto sentimental, Villa no sólo era ese hombre duro, brutal, enérgico, héroe de mil batallas; era un hombre de carne y hueso y a veces se nos olvida, y eso es lo que pretende mi novela: rescatar a un Pancho Villa con sangre en las venas.Por otra parte, Villa no era moreno como muchos piensan, era güero de rancho, de piel blanca, cabello castaño rubio. Alaníz conoció a varios nietos del Centauro del Norte, uno de ellos Francisco Villa Betancour, conserva dos de esos pañuelos y uno de ellos tienen las iniciales F V.
El inicio del bandoleroDe acuerdo a Alaníz, como siempre, en la vida de Villa hay diferentes versiones de cómo se convirtió en bandolero. Todo comenzó cuando tenía 16 años y trabajaba de aparcero en la hacienda de Gogogito, en Durango, su tierra natal. Una tarde, al regresar a casa luego de una dura jornada de trabajo, encontró llorando a su madre y a sus hermanas. Ahí estaba también don Agustín López Negrete que quería llevarse a Martina. No lo pensó dos veces. Fue a buscar a su primo y le pidió prestada una pistola. De regreso a su casa, le disparó a don Agustín en una pierna. Al oír el tiro, cuatro hombres acudieron en defensa del hacendado y encañonaron a Doroteo con sus carabinas. Cuatro agujeros negros apuntaban hacia él. Creyó que su vida terminaba ahí mismo, pero no se amilanó. Desdeñando la proximidad de la muerte, miró a los ojos de don Agustín. Sentado en el suelo de tierra apisonada, el hacendado se estremecía de dolor; pero al sentir que aquel muchacho lo miraba con sus ojos grandes y penetrantes, dio una sola orden: “¡No lo maten!” era la primera vez que Doroteo experimentaba la fuerza de su propia mirada. Una mirada capaz de intimidar a cualquiera, de bajarle los humos al más pintado y acobardar al más valiente.
Casi lo fusila Victoriano HuertaVilla tuvo problemas con Huerta por el supuesto robo de una yegua, pero era una acusación falsa. Lo que sucede es que Huerta sentía que aquel joven lo opacaba. Él no le tienen miedo a la muerte. De muchas se ha escapado y ya casi la muerte es su amiga. Pero esta vez la ve tan cerca, tan cara a cara, que hasta puede asomarse por los hoyos negros de la pelona y oír el rechinido de sus dientes. Algo ocurre dentro de su corazón, un poco por temor y un mucho porque se sabe víctima de una injusticia. Las piernas le tiemblan. Las lágrimas se le trepan a los ojos nomás de pensar que ya no verá más a su Güera. ¡Pobrecita Güera! ¿Qué va a ser del huerco que trai hecho bola en la panza? Cuando acuerda, ya está de rodillas y se agarra a las botas del coronel para no irse de hocico. El coronel O’Haran (quien sigue las órdenes de Huerta) no le hace ningún caso. Cuando Villa comprende que sus ruegos son inútiles, se suelta de aquellas botas y se incorpora. Se siente como si ya estuviera difunto, y de pronto no le importa, qué más da. (...) Ha recobrado la serenidad. Con toda calma se acerca a donde está el pelotón. Ellos nomás obedecen órdenes, son rancheros como él. Si se ríen entre dientes, como burlándose, será por el frío de la madrugada. No como los oficiales huertistas, que se creen superiores a él nomás porque ellos sí estudiaron la carrera militar.
Los gringos no lo quieren, pero... Entrega sus pocas pertenencias a los soldados que lo van a fusilar. En el preciso momento en que el coronel O’Haran se dispone a dar la orden de disparar, llega el coronel Rubio Navarrete, exigiendo que se suspenda la ejecución; Emilio y Raúl Madero, hermanos del presidente. Enterados de lo que pasa, le piden a Huerta que no fusile a Villa. Telegramas van y vienen, hasta que al fin se toma la decisión de que el prisionero sea enviado en tren a la Ciudad de México. A la acusación de hurto e insubordinación, le añaden un nuevo cargo: el robo de 150 mil pesos a los ricos de Parral. “¡Pero-protesta Villa- si ese dinero era para alimentar a mis tropas, y a las mujeres y niños!, pero ya la orden está dada: será juzgado en la capital de la República. El escritor e investigador, asegura que la ciudad de Columbus Ohio habría desaparecido si no fuera por Pancho Villa; se oía el rumor de que Pancho Villa podría atacar alguna población norteamericana pero los gringos no lo creían, pues cómo podría un bandolero enfrentarse al ejército más poderoso del mundo. Lo paradójico del asunto, es que los gringos no pueden ver a Villa ni en pintura y tienen un monumento de él, el Parque Nacional Francisco Villa y hay un museo.
La cabeza de VillaVilla como gran general necesitaba de gente que lo ayudara, pues nadie puede por sí solo hacer las cosas, por eso Villa tuvo dos grandes personajes: el general Felipe Ángeles, un hombre noble, positivo de la División del Norte, y por el otro lado al general Rodolfo Fierro que era un hombre cruel pero muy valiente. A veces le preguntaban a Villa “por qué razón le permite a Fierro que esté con nosotros, pues es un verdadero criminal” y Villa contestaba “todos ustedes pueden abandonarme, pero Rodolfo Fierro, jamás. Villa solía decir que ni muerto lo iban a dejar descansar en paz. Tan es así que cuando muere, abren su ataúd y lo decapitan. Hay varias versiones: una cuenta que una asociación secreta estadounidense dedicada a estudiar cráneos de personajes famosos; otra versión asegura que unos hombres se llevaron la cabeza porque un norteamericano había ofrecido cierta cantidad de dinero por ella.
¡Presentes, mi general!Cuando Villa se retira de las armas en 1920 se va a la hacienda de Canutillo y funda una escuela. En las mañanas asistían los niños y por las tardes los Dorados de Villa dejaban sus carabinas y se sentaban en los pupitres a tomar clases. El propio Pancho Villa solía acercarse a escuchar las clases. Hay una frase famosa del Centauro del Norte que dice: “México se salvará el día en que un maestro gane más que un general”.En “Las lágrimas deL Centauro”, el lector encontrará a un Villa insospechable, desconocido, ¿quién era Pancho Villa en general? ¿Cómo era Pancho Villa en su trato con las mujeres? Era muy amigo de sus amigos y muy enemigo de sus enemigos, y que no toleraba la traición. Pancho villa conquistaba a sus mujeres cantándoles mientras tocaba su guitarra. Otra de sus facetas es que no tomaba licor.Por último, el escritor comentó que visitó la tumba abandonada acompañado de una poetisa, Alaníz llevaba una libreta de apuntes, arrancó una hoja y escribió: “¡Presentes, mi general”!
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Revista Libros
La novela definitiva de Pancho Villa, “Las lágrimas del Centauro”
Publicado el 09 enero 2011 por ErasmoSus últimos artículos
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