Resulta que la gente de Pelotillas ombligueras me encomendaron la misión de ir a Mérida, al sur de México, concretamente en el estado de Yucatán que se encuentra en la península del mismo nombre para revisar algunos pendientes de acá p´allá y otros de allá p´acá de una empresa medio filial, franquicia, pariente o no se que leches, así que la idea era ir de martes a viernes. Pero ya sabes, en este mundo hay categorías, y como no soy jefe, hay que buscar bajar costos; así que me sacaron los pasajes de avión a través de la versión mexicana de ryanseair (o como se llame), la cual tiene un solo vuelo diario entre Monterrey y Mérida, así que iba a tener que regresar el sábado en la mañana. Me preguntaron que si me parecía bien, y claro, atrévete a decir que no. Total, que al hacer la reservación salen con que ya no había lugar para volver el sábado, así que mi vuelo sería el domingo a las nueve de la mañana. Me pareció bien, así aprovechaba y el sábado me podría dar alguna vuelta para conocer la zona donde hay infinidad de ruinas mayas.
El asunto es que estas p%&as líneas aéreas de bajo coste te hacen estar en el aeropuerto como 24 horas antes de la salida del vuelo... Bueeeno vaaale, estoy exagerando un poco, me pedían estar dos horas antes. El pequeño detalle es que el vuelo de ida salía a las 6 de la mañana, por lo que tenía que estar en el aeropuerto a las 4. No veas que ilusión me hizo levantarme a las 3 de la mañana, llegué a pensar en mejor irme de parranda y de la parranda al aeropuerto. Al final sí me fui a dormir y me levanté a las 3 y media, reservé desde la noche anterior el taxi para las 4, porque vivo relativamente cerca del aeropuerto.
A las 4:20 de la mañana ya estaba el mexiñol en el aeropuerto con los ojos todavía llenos de legañas, me acerco al mostrador de la línea aérea y eso parecía romería en abril chaval, cuanta gente. Después de como media hora de hacer fila me pesaron la maleta y tal, pero me pidieron abrirla para revisarla, y ya sabes, al mexiñol siempre le tiene que pasar algo. Resulta que al querer abrirla no me acordaba de la contraseña del puñetero candadito, así que mientras el resto de pasajeros me miraba con cara de “mecagüen tu padre que tío mas gilipollas” ahí me tienes como probando claves y claves hasta que finalmente di con la adecuada. Total que me revisan la maleta, la documentan y listos pa subir al avión.
En el viaje todo estuvo normal, no hubo sobresaltos (raro en mi). Llegando a Mérida la gente de la oficina de allá me estaban esperando en el aeropuerto, tú sabes, el típico letrerito ridículo que cuando ves el nombre de otro te medio escojonas y piensas que tío mas ridículo, pero al ver el tuyo dices tierra trágame. De ahí me llevaron directo a la oficina, no vaya a ser que me desvíe con intenciones turísticas, me presentaron al personaly empezamos a trabajar. Después de trabajar todo el día me llevaron al hotel como a eso de las 8 de la noche (Mérida geográficamente está una hora atrasada pero en los relojes tienen el mismo horario del centro del país, así que pa las 8 ya es noche cerrada).
No pude cenar porque el hotel no tiene restaurante, sólo uno pequeño para del desayuno que va incluido en la tarifa pero nada más. El hotel quedaba lejos de todos lados, lo mas que había era un moll de esos “cerca” (a unos 500 metros), pero después de levantarme a las 3 de la mañana lo que mas quería hacer era dormir, y de todos modos al mediodía comí como niño dios… dihospicio, así que hambre no tenía.
El hotel estaba bien, pero me llamó la atención que no tendría alfombra ni en los pasillos ni en las habitaciones, como sucede en otras partes de México que he visitado; al comentarlo con alguien local me dijo que eso es habitual en la zona. La vista desde la habitación era espectacularmente aburrida, ya que daba al aparcamiento y como estaba en el primer piso no se veía nada; si a ello le agregas que la península de yucatan es mas plana que el pecho una nadadora, sólo se veía vegetación.
El resto de los días fueron sin novedad, me pasaban a recoger al hotel a las 9 de la mañana y me dejaban alrededor de las 8, al mediodía me llevaban a comer comida Yucateca que la verdad tengo que alabar, es simplemente exquisita, eso sí, los moros las pasarían canutas, ya que el ingrediente principal suele ser carne de cerdo preparada de diferentes maneras a cual más sabrosa, así que creo que en los pocos días que estuve subí como 5 kilos.
El miércoles, después de que me dejaron en el hotel, salí a dar una vuelta al moll de los cojones para decir que había salido; me dio un poco de grima porque estaban las mismas tiendas que encuentras en Monterrey. Afortunadamente el jueves me dejaron algo más temprano en el hotel (7 exactas), así que aproveché para darme un garbeo por el centro de la ciudad y poder decir que conocí algo, porque andaban amenazando que el sábado en la mañana iba a tener que trabajar lo que me impediría conocer nada de la zona. De esa visita a la ciudad tengo que destacar la limpieza de sus calles, a diferencia de lo que pasa al norte de México donde las ciudades que me ha tocado conocer tienen más mierda que el intestino un estreñido. La ciudad es bastante colonial, con su iglesia en el centro, el ayuntamiento, sus barecitos y sus tiendas de artículos folclóricos, muy majo todo. Me sorprendió ver en la plaza principal mucha gente con sus ordeñadores portátiles, y es que resulta que la ciudad cuenta con Güifi de ese totalmente gratis en la zona centro. También a destacar es que las calles no tienen nombres sino números para su identificación, lo cual me parece la mar de práctico (las que van de norte a sur son pares y las de oriente a poniente impares… o al revés no me acuerdo).
Después de dar un paseíllo y tomar varias fotos al estilo guiri gachupín solitario, me puse a cenar en una terracita que estaba en una planta alta desde la que se dominaba toda la plaza, la cena fueron unos típicos panuchos que no me pidas que describa pero estaban regüenos, acompañados por una cervecita, al terminar pillé un taxi y pal hotel.
Al final el viernes me puse de acuerdo con el tío que tenía que ver el sábado en la mañana para terminar el trabajo el mismo viernes, y es que como ellos no trabajan los sábados, le saqué que así no tendría que volver a trabajar el sábado sino que terminábamos el viernes y le quedaba libre el sábado, la verdad es que su libertad me importaba una reverenda pelotilla ombliguera deshilachada, lo que yo quería era poder pasearme. Nos quedamos en la oficina hasta las 10 de la noche y él mismo me llevó al hotel. Ya en el hotel empecé a terminar de programar mis visitas del día siguiente, que había estado pensando los días anteriores pero no definí porque no sabía si tendría al final tiempo el sábado o no.
Continuará ...