Nada como estar tras la ventana viendo al sol de la tarde mientras se come una fruta; un plátano para ser
más específicos. Fue en eso cuando pasaron caminando por la orilla de la calle 3 mujeres. Dejé de mirar al
sol y hasta mastiqué con menor cuidado y celeridad mi bocado por observarlas y desmenuzar con la
mirada lo que eran, lo que hacían…
Al parecer venían del supermercado detrás de mi casa; entre ellas y yo hay, de cercano a distante, el
vidrio, un poco del patio de la casa, una barda y tierra sola y aplanada fuera ya de la colonia; iban entre la
calle y la tierra, ya que banqueta no hay. Como dije, eran tres: dos de ellas por detrás y una más
adelantada,pero todas juntas, hacia un mismo lugar.
Las dos rezagadas ni en cuenta del derroche de curvas que eran usando esos pantalones tan ajustados y
chirriantes que vestían; lástima que no había casi gente, y menos de la que sabe deleitarse con tales
líneas en movimiento. Platicando, pues cómo iban a darse cuenta del inconsciente vaivén de sus cuerpos.
Estaban al pendiente de la mujer que iba adelante de ella, pero también sumergidas en la plática, poco
animado creo yo, y sumergidas también en una parsimonia que, o les invadía desde tiempo atrás, o ellas
mismas generaban, y que se reflejaba en su caminar; parsimonia que hacía de sus caderas un espectáculo
aún más cadencioso, aún más expectante: como tentando en cámara lenta, como en la ávida imaginación
de un quinceañero que soñando va con figuras en sus carnes paseando desnudas y nada pudorosas… De
pronto se siente uno más joven; pero sólo es un atisbo de viejas ideas, que no logran estremecer mucho
quien soy ahora y lo que quiero escribir.
La tercera, con pasos más rápidos y menos efectivos a la hora de avanzar por su longitud, iba más
ensimismada que fijándose en su entorno; más no era una estupefacción vacía, sino totalmente
consciente; de esas formas de consciencia que sólo de niño uno logra sentir y vivir a cada momento (y
escribiendo esto y recordando, no es que sea yo argentino, pero ya desde chiquito uno sentía que tenía
pensamiento elevado y recuerdos que perdurarían por mucho tiempo). Volviendo a la mujer, o más bien,
niña… Iba esta abierta a la experiencia de ser ella misma y volando con esos carricitos que tenía por
piernas, moviéndose divertidamente en su entubado de mezclilla, mezclando la información que tenía
dentro de ella con la que recibía de fuera, y armando así la matriz en la que se movía, y regresando a
ratos a esa cadena y ese faro que eran las otras dos mujeres, de las que estaba a su cuidado, y que sabía
que no podía separarse mucho en su caminar y su cabeza, pues se le llamaría la atención, cosa incómoda.
Aún el sol alumbraba a las seis de la tarde y, mientras yo me imaginaba cómo me vería a mí mismo desde
afuera, mirando por la ventana con un plátano en la mano, las tres mujeres, ignorantes de su extraño
observador, seguían en la escena ejecutando todo tal cual lo relato, primero sobre el límite de la calle y
la tierra, después… Después ya no supe, porque un vehículo me bloqueó la vista unos segundos, a los
cuales vi que la niña cruzó porque al parecer quería caminar sobre el pasto del canal que está en medio
de la calle. Se detuvo, como esperando a que la otras dos mujeres cruzaran y entendieran su deseo; ahora
incumplido por la indiferencia de ellas, por lo que tuvo que volver a tomar el camino de asfalto y polvo.