Llegó a Nueva España como visitador en 1642, por orden del rey Felipe IV, y también como obispo de Puebla, nombrado por el papa Urbano VIII. Durante sus múltiples responsabilidades, políticas o religiosas, trató de hacer bien su trabajo. Protegió a los indígenas, vigilaba constantemente su Diócesis (extensísima) y promovió las construcciones de la Catedral de Puebla y su seminario tridentino, con su famosa y célebre biblioteca, para mejorar la instrucción de los nuevos religiosos, acorde a lo establecido por el Concilio de Trento. Aunque se dice que fue un obispo tan querido, que prácticamente lo tenían por santo en vida, al punto que la Inquisición tuvo que intervenir en ello, no estuvo exento de tener enemistades, como cualquier otro, en cualquier época histórica, especialmente con los jesuitas, quienes se dice, secundaron el retraso de la causa de beatificación de este obispo, lo cual no conozco realmente.
En la Ciudad de México, destacó como virrey y como arzobispo, en lo primero por breve tiempo (junio-noviembre 1642), pues lo fue en forma provisional, y en lo segundo, tras la muerte del arzobispo anterior (noviembre 1642) hasta 1653, por instigación de sus enemigos los jesuitas, quienes lograron su traslado a la Diócesis de Osma, en España, hasta su muerte en 1659.
Tras un largo proceso de beatificación, el pasado 5 de junio de 2011, fue declarado beato. La fecha había sido programada originalmente para mayo, pero por coincidir con la de Juan Pablo II, la cambiaron a junio, declarando que su fiesta será el 6 de octubre, lo cual me alegra, ya que esa es la fecha de mi cumpleaños. Para más información acerca de este personaje, visiten el blog del Dr. David Carbajal López.