Esta semana he tenido oportunidad de visitar a dos de las personas más importantes en mi vida, Jesús y Marisa. Porque ellos me han enseñado a luchar, a creer en mí, a no tener miedo, a tirar adelante, a quererme... Porque ellos me enseñaron hace muchos años que los lazos de sangre no son sólo de familia, no son sólo los biológicos, sino que hay amores mucho más fuertes, que hay uniones para toda la vida; como la mía con ellos, ellos conmigo. Porque ante cualquier desgracia mi llamada es a ellos. Porque, sobre todo, ante cualquier ilusión mi deseo es explicarles. Por eso son importantes, porque siempre están presentes. Cuando mi malagueña preferida, Kraftcroch, colgó el patrón del monje budista, supe que debía tejerlo para ellos. No tuve dudas. Escogí el hilo Saigon de Katia y lo tejí en un plis porque Marisa, como siempre, prepara patrones perfectos. Si aún no os habéis estrenado con ella, ¿a qué esperáis?!
Siempre es bonito visitar a los que quieres con algo que los identifique, que les haga sentir queridos y si es con lana mejor que mejor. Porque estos pequeños bichos se llevan un poquito de tu cariño y lo dejan ahí depositado hasta la siguiente visita... ¡quién sabe cuándo será!
Estoy liada con el regalo de Aniol, peleándome con las sisas, el escote y demás. Pero debo reconocer que he vuelto a encontrarme con la pasión lanera, después de dos meses en standby. He vuelto a ver por qué tejía, he vuelto a descubrir cómo me evaden de todo las agujas. Les debo la calma, no puedo soltarlas de nuevo. Las historias de mayo no llegaron a tiempo, ¡la vida me da la razón! Pero aunque lleguen con retraso, lo harán. ¡Prometido! Feliz semana y no dejéis de tejer que amansa la vida.
