Llevamos unos días que no levantamos cabeza en casa tigre. Se nos acumulan los quehaceres, el polvo y las telarañas en los sitios más insospechados. No acabamos de barrer el descansillo y ya están las niñas dejando huellas nuevas con las botas llenas de nieve. Para más inri, mañana a estas horas, celebraremos en esta nuestra casa corporativa la cena de navidad de la empresa del padre tigre. Lo que viene siendo un martes liadillo.
Ahora mismo podría estar planchado el mantel y las servilletas con los que vestiré la mesa mañana. Podría estar poniendo las fundas lavadas de las sillas o contando a ver si tengo suficientes copas de vino para todos. Podría estar haciendo las dos tartas que tengo que llevar a la guardería el Miércoles. O envolver los tropecientos regalos que tengo escondidos en la buhardilla. Podría estar fregando el aseo de invitados de rodillas o cambiando las toallas para que los consultores no tengan que secarse las manos con los mocos de La Tercera.
Podría acabar la definición funcional que tengo que enviar mañana a primera hora a mis socios o mandarle el mail que le debo a la sin nombre. Podría estar rellenando los formularios de reembolso de las quinientas facturas de médicos que se me han acumulado o poner una lavadora de calcetines para que el padre tigre no tenga que repetir por tercer día consecutivo. Podría también hacer un último esfuerzo para acabarme Midnight’s Children de Salman Rushdie que se me está haciendo más interminable que la historia de Michael Ende. Podría engancharme a una serie nueva o ver la última película que hemos alquilado. Podría convertir mis garras en uñas o cepillarme el pelo que parece una crin. Podría meterme en la cama y dormir todo lo que no podré dormir mañana.
Podría, porqué no, liarme con los cacharros que el padre tigre está acumulando en la pila. El sábado entró en una espiral DoItYourself que no sé a dónde nos va a llevar. Ha hecho galletas de cuatro tipos, bizcochos de adviento, goulasch para un regimiento, paté con el hígado de un ciervo que cazó hace dos semanas, crema de calabaza, pan de varios tipos, hojaldre casero para rellenar con una especie de salpicón y ahora amenaza con hacer las tostadas para untar el paté con sus manitas y mi Thermomix. Me temo lo peor.
Podría. Pero no. En lugar de gastar el último aliento de energía que me queda después de un día agotador en tachar tareas de mi lista o disfrutar de un rato de paz y tranquilidad, aquí me tienen, movilizando a media Europa para hacerme con un muñecajo de plástico. Sin cabeza. Y con un pie roto. He perdido el norte. Del todo.
Así que háganme el favor de pasarse por el blog de Mi gremlin no me come y votarme. No hace falta que le feliciten por el primer aniversario de su blog. Ni por el cumpleaños de la pobre Tamagochi que más que segunda es segundona en este blog en el que el Gremlin es rey. No le digan que escribe fenomenal y que su humor ácido ha sido como un bálsamo para su episotomía. No se dejen seducir con promesas de gintonics o magdalenas venidas a más. No se molesten en comentar a ver si les toca el gremlin de consolación, digo, crochet.
Sobretodo no se dejen embaucar por el canto de sirena de Desmadreando, ni por las dotes dramáticas de Vanina. No se me vayan a encariñar con la Peinetas ni a encaprichar con un garabato de la Novata. No se líen con la personalidad múltiple de Yolandica, Paquita y sus Cuchillos. Y, por Dios bendito, a la advenediza esa con superpoderes que me va pisando los talones ni mentarla.
Pinchen aquí. Voten a La Madre Tigre. Y huyan. Por su bien.
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