Revista Libros
Vladimir Nabokov.
Cosas transparentes.
Traducción de Jordi Fibla.
Anagrama. Barcelona, 2012.
En agosto de 1969, Nabokov anotaba en su diario idea para una novela corta, tras oír una rara conversación al otro lado de la pared de un hotel. Más de un año antes, una noche de marzo de 1968, había tenido una pesadilla en la que ardía el hotel de Montreux donde pasaba largas temporadas. De aquel incendio del sueño solo podía salvar a Vera, su mujer, sus gafas y su dentadura postiza, su pasaporte y el manuscrito de Ada o el ardor, la novela en la que estaba trabajando entonces.
Esas son dos de las raíces conocidas de Cosas transparentes, que acaba de recuperar Anagrama con traducción de Jordi Fibla. Fue la penúltima novela de Nabokov, una novela corta que escribió entre Ada o el ardor y Mira los arlequines en un proceso de larga gestación, en periodos discontinuos, a salto de mata: empezó a redactar el primer borrador el 7 de octubre de 1969 y, con frecuentes interrupciones, la dio por terminada a principios de abril de 1972.
Ambientada en la Suiza en que Nabokov pasaba buena parte del año y en las habitaciones de los hoteles donde se alojaba en sus viajes de cazador de mariposas, su protagonista, Hugh Person parece el reverso de su hijo Dmitri. Es un hombre solitario y mediocre, editor y corrector de pruebas, víctima de una sucesión de frustraciones que terminan en un trágico y accidental desenlace.
Quizá esta sea la novela más sorprendente de Nabokov, que cierra la obra con una frase desconcertante - ¿Sabes, hijo?, se hace fácilmente-, una frase tan opaca y tan extraña como la que la abre: Aquí está la persona que necesito. ¡Hola, persona! No me oye.
Sorprendente y desoladora, habitada por voces fantasmales -esas cosas transparentes a través de las cuales brilla el pasado- que pesan sobre la conciencia del protagonista, en sus páginas reaparecen muchas de las claves esenciales de la obra de Nabokov: el arte como alternativa a la vida real, las ensoñaciones eróticas, la soledad de los personajes, el humor y sobre todo el malabarismo con las voces narrativas o los juegos temporales en los que confluyen pasado, presente y futuro.
Cosas transparentes desarrolla una historia sencilla con la técnica compleja de un virtuoso del relato como Nabokov, que consigue una obra maestra, aunque más minoritaria que Ada o el ardor, que acababa de obtener un gran éxito de crítica y público.
Y es que en ninguna de sus novelas anteriores había abordado de una manera tan radicalmente nueva y tan exigente la relación del lector con el personaje, el tiempo y los espacios o las voces de los narradores.
Quizá por eso Cosas transparentes provocó en la crítica reacciones que oscilaban, como anotó el propio Nabokov en su diario, entre la admiración incondicional y el odio inútil.
Pero incluso quienes se desconcertaron ante esta obra breve y enigmática, incluso quienes lo calificaron como un libro feo y nada adorable que comienza a tocar al lector solo la segunda vez admitieron explícitamente que se trataba de una obra maestra.
Santos Domínguez