La reflexión sobre la escritura es constante en Nabokov. Nada hay de ingenuo, de no pensado en sus novelas. Es más, en algunas de ellas, el debate sobre la literatura es el tema dominante, como en La dádiva, La verdadera vida de Sebastian Knight y Fuego pálido, las que a mí personalmente me resultan más atractivas. Y en sus cursos esa reflexión parece no centrarse específicamente en algunos de los autores estudiados, sino que es la expresión articulada de su propia Ars poética. Es su visión real de la novela.
En estos dos recorridos por la novela, la rusa y la europea, el maestro no enseña a disfrutar más intensamente de la literatura. Las lecciones sobre sus autores preferidos (Gogol, Tolstoi, Chéjov, Dickens, Kafka y Flaubert) se convierten en una incitación a una lectura nueva, más profunda y por lo mismo más deleitable. El curso más extraordinario es, sin duda, el de Gogol, su maestro, su padre por elección; y el más sorprendente, el de Dickens, en muchos aspectos la antítesis de su obra personal, por ser un reformista y hacerlo explícito en sus novelas, por abusar de efectos sentimentales de gusto más que dudoso, por ser, en fin, un escritor plebeyo. Sin embargo, la genial imaginación del inglés lo captura, la estructura de las novelas del periodo final lo pasma, la infinita variedad de personajes y su función precisa a la vez que inesperada en la estructura novelística lo deja deslumbrado. Y es en ese ensayo, donde el ruso dicta una lección que los jóvenes aspirantes y no sólo ellos sino todos los narradores debemos estudiar con extrema atención porque dice lo que no logra decir un narratólogo, un académico, y, difícilmente el director de un taller narrativo:
¿A qué nos referimos cuando hablamos de la forma de una narración? Nos referimos en primer lugar a su estructura, es decir, al desarrollo de una trama, a la elección de una u otra línea temática, a la elección de los personajes y al empleo que el autor hace de ellos, a su interacción, a las diversas tramas, a las líneas temáticas y su intersección, a los distintos giros que el autor introduce en la acción para producir este o aquel efecto directo o indirecto, así como la preparación de efectos e impresiones. En una palabra, nos referimos al esquema de la obra de arte. Eso es la estructura.
Otro aspecto de la forma es el estilo, es decir, el modo de hacer funcionar la estructura. A través del estilo conocemos las peculiaridades del autor, sus manierismos, sus numerosos y particulares trucos. Si su estilo es vívido, veremos la clase de imágenes que evoca, las descripciones que utiliza, el modo como procede; y si utiliza comparaciones, veremos cómo emplea y varía los recursos retóricos de la metáfora y el símil, y sus distintas combinaciones. El efecto del estilo es clave para la literatura: es una clave mágica para comprender a todos los grandes maestros.
Forma (estructura y estilo) = Materia: el porqué y el cómo = el qué.
Hasta allí Nabokov. Si todos estudiásemos esta declaración, y la pusiéramos en acción, podríamos contemplar tal vez un renacimiento en la novela mexicana.
Sergio Pitol
Una nota: Vladimir Nabokov:
Lecciones de Literatura Europea y Lecciones de Literatura Rusa
Xalapa, marzo de 1998
Foto: Vladimir Nabokov