"Un giorno di regno no triunfó. Parte de la falta de éxito se debe sin duda a la música, pero parte se debe también a la interpretación. Con el alma destrozada por las desgracias que me habían abrumado, con el espíritu amargado por el fracaso de mi ópera, me convencí de que ya no debía buscar consuelo en el arte y tomé la decisión de no volver a componer jamás. Llegué a escribir al señor Pasetti (que desde el fracaso de Un giorno di regno no había dado señales de vida) para pedirle que consiguiera de Merelli la cancelación de mi contrato. Merelli me mandó llamar y me trató como si fuera un niño caprichoso. No podía consentir que abandonara mi carrera artística por un solo fracaso, etc., etc. Pero yo me mantuve en mi decisión con tal firmeza que Merelli acabó liberándome de mi compromiso, diciendo: 'Escucha, Verdi, no puedo hacerte escribir a la fuerza. Mi confianza en ti no se ha visto afectada. ¿Quién sabe si un día decidirás ponerte de nuevo a escribir? En ese caso, bastará con que me avises dos meses antes del comienzo de la temporada, y te prometo que la ópera que me traigas la representaremos ante el publico'.
Le di las gracias: pero estas palabras no lograron volverme atrás en mi decisión, y me marché.
Fijé mi residencia en Milán, cerca de la Corsia de Servi. Estaba desanimado, al margen de la música, cuando una tarde de invierno, al salirde la galería Cristoforis, me encontré de cara con Merellí, que se dirigía al teatro. Caían grandes copos de nieve, y Merelli me cogió por el brazo y me convenció de que le acompañara hasta su despacho en La Scala. Fuimos hablando. Me dijo que tenía problemas. Había contratado a Nicolai para que la escribiera, pero éste decía que no le gustaba el libreto.
'¡Imagínate! -dijo Merelli- un libreto de solera, ¡soberbio!... ¡magnífico!... ¡extraordinario!... ¡con situaciones dramáticas espléndidas, lleno de interés y de poesía de calidad! Pero este tozudo no quiere ni oír hablar de él. Dice que es un libreto imposible... Daría la cabeza por encontrar otro inmediatamente'.
... Yo te sacaré de este apuro - le dije inmediatamente. ¿No mandaste escribir Il proscritto para mí? No he compuesto todavía ni una sola nota; lo pongo a tu entera disposición. '...¡Oh, bravo! Est se llama buena suerte'. Hablando y hablando habíamos llegado al teatro. Merelli llamó a Bassi, que era al mismo tiempo poeta, encargado de escena, bibliotecario, regidos, etc., etc... (más o menos como Livermore en el Palau de les Arts), y le dijo que buscara inmediatamente entre los archvios un manuscrito de Il proscritto. Lo encontró. Pero, en aquel mismo momento, Merelli cogió otro manuscrito y enseñándomelo dijo: '...Un momento; tenemos aquí un libreto de Solera. ¡Un tema tan interesante y vamos a tirarlo! ¡Llévatelo, léelo!'. ... ¿Qué diablos quieres que haga con él? No tengo ningún interés en leer libretos. '...Supongo que no te hará daño. Léelo y luego me lo devuelves'. Y mientras lo decía me lo puso en las manos. Era un manuscrito enorme, escrito con grandes letras, como solía hacerse entonces. Lo doblé, me despedí de Merelli y me dirigí a casa. Mientras iba caminando, me sentía dominado por una especie de malestar indefinible; una tristeza profunda, una angustia terrible se apoderaron de mi corazón. Fui a mi habitación y con gesto impaciente coloqué el manuscrito encima de la mesa y me quedé de pie ante él. Al caer en la mesa, quedó abierto; sin saber cómo, mis ojos quedaron fijos en una página que tenía ante mí, y en este verso:"Va, pensiero, sull'ali dorate". Lei los versos siguientes y quedé muy impresionado, tanto más cuanto que formaban casi una paráfrasis de la Biblia, libro cuya lectura era muy importante para mí. Lei el primer fragmento, luego otro, pero, firme en mi decisión de no volver a componer, traté de dominarme. Cerré el libro y me fui a la cama. ¡Inútil! Nabucco seguía presente en mi pensamiento; no podía dormir. Me levanté y leí el libreto, no una vez sino dos y tres veces, de tal manera que a la mañana siguiente podía decir que me sabía el poema de Solera de memoria, desde la primera letra hasta la última. A pesar de todo esto, no estaba dispuesto a cambiar de opinión y durante el día regresé al teatro para devolver el manuscrito a Merelli. '¿A que está bien?'
' Muy bien.' 'Pues ponle música.'
'De ninguna manera! No quiero saber nada de eso' 'Ponle música. Hazme caso. Compón la música.'
Y diciendo esto cogió el libreto, me agarró por los hombros y no solo me sacó a empujones de su despacho sino que me dio con la puerta en las narices y se encerró por dentro. ¿Qué podía hacer? Volvía a casa con Nabucco en el bolsillo. Un día un verso, otro día otro, una vez una nota, otra una frase, y poco a poco la ópera estaba concluida. Era el otoño de 1841, y recordando la promesa de Merelli, fui a verle para comunicarle que había terminado Nabucco y que, por consiguiente, podría representarse en la siguiente temporada de Carnaval y Cuaresma. Merelli declaró que estaba dispuesto a cumplir su promesa; pero al mismo tiempo me señaló que le iba a ser imposible hacerlo en la próxima temporada, pues ya estaban comprometidas las obras, y que había elegido tres nuevas óperas de compositores consagrados. Presentar una cuarta de un autor que hacía prácticamente su primera aparición podría resultar peligroso para todos, y especialmente para mí. Por eso, sería mucho mejor, en su opinión, esperar hasta la primavera, momento en que estaba libre de toda obligación, y me garantizó que contrataría a buenos artistas. Pero no acepté: o en Carnaval o nada. Tenía buenas razones para adoptar aquella postura, pues no era posible encontrar dos intérpretes más adecuados para mi obra que la señora Strepponi y Ronconi, que estaban contratados, y en quienes yo tenía grandes esperanzas. Merelli, que quería hacer todo lo posible por complacerme, no estaba equivocado desde el punto de vista de un director. Era demasiado arriesgrado presentar cuatro óperas nuevas en una sola temporada. Pero, por otra parte, yo tenía en mi favor buenos argumentos artísticos. En resumen, en medio de aquellas discusiones, de razones a favor y en contra, de momentos de perplejidad y de medias promesas, apareció el cartellone de La Scala y entre los títulos no figuaba Nabucco. Yo era joven y tenía la sangre caliente. Escribí a Merelli una carta absurda, en la que daba rienda suelta a toda mi indignación; confieso que en el momento en que salió la carta sentí cierto remordimiento y el temor de que había destruido todas mis esperanzas. Merelli me mandó llamar y al verme dijo más o menos lo siguiente: '¿Así es como se escribe a un amigo?... Pero, ¡no importa! Tienes razón y vamos a estrenar Nabucco. Pero debes tener en cuenta una cosa: tengo que realizar enormes gastos para representar las otras nuevas óperas; lo que quiere decir que no podré encargar ni decorados, ni vestuario para Nabucco, y tendrás que conformarte con lo que tengamos en el almacén'. Estuve de acuerdo en todo, tan grande era mi deseo de que se estrenara la ópera; y vi como aparecía un nuevo cartellone donde, por fin, pude leer la palabra Nabucco. (...) Esta obra supuso el verdadero comienzo de mi carrera artística; y si bien es cierto que tuve que luchar contra las numerosas dificultades , no es menos cierto que Nabucco nació con buena estrella, pues todo lo que podía haber ido en su contra resultó en su favor. (...) ..el raído vestuario, con unos retoques hábiles, adquirió aspecto espléndido; los viejos decorados, retocados por el pintor Perroni, producían una impresión extraordinaria y sobre todo la primera escena, que representaba el Templo, provocó tal entusiasmo que el público estuvo aplaudiendo por lo menos diez minutos; en el ensayo general no se había decidido cuándo ni cómo debía entrar la banda militar; el jefe, Tutsch, estaba muy preocupado; yo le di la entrada, y en el estreno la banda entró en escena con tal precisión que el público rompió a aplaudir."
Sin embargo, Michele Lessona, que también mantuvo conversaciones con Verdi, escribió en su libro Querer es poder (Volere è potere), publicado en 1869, diez años antes del dictado del compositor a Giulio Ricordi, lo siguiente:
"El joven maestro llego a casa con su liberto, pero lo dejó en un rincón sin llegar a guardarlo, y durante cinco meses siguio leyendo sus novelitas, Un buen día, a finales de mayo, el bendito libreto cayó en sus manos: leyó la última escena, la de la muerte de Abigaille (escena que fue finalmente suprimida), se acercó al piano, ese piano que había estado mudo durante mucho tiempo, y musicó esta escena, se había roto el hielo. Como el que ha salido de una oscura prisión y vuelve a respirar el aire puro del campo, Verdi se econtró de nuevo en su atmósfera preferida. En tres meses Nabucco estuvo compuesta, terminada tal y como la conocemos hoy".Os dejo un Youtube con la ópera completa grabada en el año 2011 en la Ópera de Roma con el siguiente reparto:
Nabucco: Leo Nucci
Ismaele: Antonio Poli Zaccaria: Dmitry Beloselskiy Abigaille: Csilla Boross Ferena: Anna Malavasi
Dirección: Riccardo Muti