A principios del siglo XX –en la primera mitad, en realidad-, un buen número de escritores que se movían entre la más absoluta genialidad y la más insulsa mediocridad comenzaron a ganarse la vida publicando en todo tipo de revistas de género. Si se miraba al espacio, se llenaba un cohete con una avispada tripulación y lo ponían en la órbita de Marte. Si detectives queríamos, pues habitación llena de cigarros humeantes, algún asesinato misterioso y las largas piernas de una femme fatale. Si de fantasía se trataba, no había como enfrentar el filo de las armas del héroe pasado de testosterona al hechicero o al monstruo de turno.
Para seguir viendo cómo pasaban los años, pongámonos en órbita espacial y tengamos en mente los maravillosos relatos de Ray Bradbury (Crónicas Marcianas, El hombre ilustrado). Un joven Richard Matheson pisa los 50 y también tiene en mente estos cuentos, mientras comienza él mismo a escribir. Antes de crear su más célebre obra Soy leyenda y de escribir decenas de guiones para cine y televisión sin parar, el de Nueva Jersey empezaría cultivando el relato mientras miraba de reojo confesamente a Bradbury, y esto es lo que encontraremos en Nacido de hombre y mujer y otros relatos espeluznantes, la primera mitad de su narrativa breve completa.
Pero aunque Matheson partiera del autor de Fahrenheit 451, fue un autor prolífico, por lo que pronto se distinguió y puso de manifiesto su estilo personal, y este, como bien se encarga de manifestar en varias ocasiones (tanto la colección como cada relato van precedidos de muy interesantes palabras del escritor), viene marcado por la paranoia: por la sensación en general no descabellada, bien imbuida al lector, bien a los protagonistas de sus historias, de que todo va a salir mal.
Así, los relatos de la colección saltarán con total naturalidad de la ciencia ficción al terror (mayoritariamente terror psicológico), ya no solo entre diferentes historias, sino dentro del mismo cuento también, y aunque a veces el salto chirríe un poco (“lo hice porque si no, no era de cifi y no lo hubiera vendido”, se justifica el autor), se digiere bien, e incluso con una sonrisa, pues el humor no está ausente de la colección, bien en forma de situaciones absurdas y/o surrealistas, bien jugando con algunos tópicos del género.
Por otro lado cabe destacar que realmente Matheson es un especialista en provocar esa paranoica desazón con algunos de sus relatos, sobre todo cuando se mueve por el terreno de lo cotidiano. Sus personajes resultan naturales, quizá porque están basados en él mismo, su familia y amigos. Resulta más sencillo de esta forma empatizar con ellos e inquietarse por los males que se ciernen sobre ellos, que suelen comenzar por situaciones bien normales.
Así, tanto los relatos que recuerdan al lirismo del Bradbury marciano, como aquellos en los que Matheson nos inquieta con puestas en escena de sus episodios psicóticos, como aquellos en los que muestra sus inquietudes más íntimas y personales, que también los hay y no pocos, constituyen una auténtica gozada lectora, y solo queda confiar en que la segunda mitad por salir de esta narrativa corta completa mantenga el nivel (como no puede ser de otra forma), y nos depare tantas satisfacciones como esta primera entrega.
En definitiva, una lectura obligatoria para aficionados a los relatos, al terror, a la ciencia ficción, al pulp o simplemente a Matheson. Uno de los grandes lanzamientos editoriales no solo del año, sino de los más agradecidos de los últimos tiempos.