Ayer, domingo 8 de febrero, leí en La Vanguardia un artículo sobre lo que el señor Manel Pérez denomina "la politización del caso Neymar". Todo arrancó unos días antes, cuando pudimos escuchar al presidente del F.C. Barcelona, señor Bartomeu, denunciar una presunta campaña contra el club en la que estarían implicados gobierno central y jueces, una confabulación que solo tendría como objeto desestabilizar el club por el simple hecho de ser catalán y por ser el rival del Real Madrid. Para Bartomeu, según él mismo proclamó, el Barça representa muchas de las esencialidades catalanas, el club es algo así como la esencia destilada de las mejores virtudes de la catalanidad, además de ser la entidad que más y mejor representa a Catalunya en todo el mundo -triste nación será la que se vea representada por un club de fútbol. Pero para Bartomeu son esas virtudes las que han convertido al club en el blanco de una España conspiradora, recalcitrante y vengativa. Por supuesto nada que decir del presunto fraude fiscal, por supuesto nada que decir de los millones que tendrían que haber recibido las arcas del estado -en este caso español, pero igual podría haber sido catalán-, millones que algunos prefieren que vayan a parar a los bolsillos de un jugador de fútbol. Ya estamos más que acostumbrados a que se considere a esos chicos malcriados -esos que se enriquecen dando patadas a una pelota, sean del Barça o del Madrid- como héroes sobrehumanos dignos de adoración, y también estamos más que acostumbrados al victimismo con el que algunos nacionalistas abordan el tema de la relación entre España y Catalunya. Pero, aunque estemos muy acostumbrados a esos argumentos y a esas actitudes infantiles, no podemos aceptarlo sin más. Me cabrea enormemente que siempre que uno de estos privilegiados -y presuntos delincuentes- se siente acosado por la justicia del estado, se envuelva en la bandera cuatribarrada, apele a la catalanidad y denuncie un fantasmagórico contubernio españolista para defenderse, en una actitud del todo pueril y ridícula. Estos son esa clase de tipejos que se arrogan el papel de representar a todo un pueblo y que, por lo tanto, todo el pueblo debe defender sus privilegios y excusar sus prácticas delictivas. Ya nos conocemos.
Por otro lado, el artículo de La Vanguardia se centraba en la preocupación que posee el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, por las negativas consecuencias que este affaire puede tener para el PP en los diferentes comicios que recorren todo el año 2015. Este hecho también me ha asombrado, y mucho, porque, si creo que la actitud de Bartomeu es ridícula e infantil, también me parece ridícula e infantil la desazón de Rajoy. Un presidente del gobierno debe estar preocupado por recaudar los impuestos, de que nadie evada su responsabilidad y de que la justicia cumpla con su obligación con los malversadores, ya sean catalanes, riojanos o extremeños, ya sean culés, merengues o colchoneros. Con su actitud, Rajoy da a entender que a los clubes de fútbol hay que tratarles con una sensibilidad especial o incluso que se deben respetar ciertos privilegios que nunca se reconocerían a otras instituciones. ¿Es quizás por eso que la deuda de los clubes de fútbol con el estado es tan enorme? ¿Debemos creer que a los clubes de fútbol se les trata al margen de la ley gracias a la influencia que poseen sobre los aficionados? España era un estado de derecho, ¿no?
Pero si todo esto me preocupa de verdad -que Bartomeu haga estas afirmaciones públicas y que Rajoy se interese por las consecuencias negativas sobre los votantes- es porque ellos creen realmente que los catalanes y el resto de votantes españoles pueden verse influidos por sus comportamientos infantiles, es decir, porque creen que nosotros nos comportaremos como criaturas sin criterio, que de verdad nos tragaremos que atacar al Barça es atacar la esencialidad de un pueblo y que por tanto decidiremos votar a quien mejor trate a nuestro club de fútbol. Claro que, si lo hacen y lo piensan, ¿quién me dice a mí que no somos así realmente? Y cuando me surge la pregunta es cuando ya me hundo definitivamente. ¿Seremos capaces de aceptar que un club de fútbol representa el sentir de un pueblo? ¿Decidiremos nuestro voto en función de si Neymar o Ronaldo se sienten mejor tratados fiscalmente con uno u otro partido? ¿Nos importa más el estado de ánimo de un futbolista y la riqueza que pueden acumular, que los impuestos evadidos y que deberían ayudar a mejorar la sanidad o la educación de este país? Me gustaría pensar que no, pero quizás debo ir pensando en no ahogarme después de hundido.