Estamos viviendo estos días la campaña electoral catalana, y, a pesar de lo poco que dura, ya nos han llegado algunas perlas para la posteridad, dejadas por nuestros afamados y brillantes políticos. Era inevitable... unas elecciones como estas, donde todos los partidos se vuelven nacionalistas (de verdad o de mentira, a favor de una u otra nación), terminan convirtiéndose en un altavoz para las diferencias, para los agravios comparativos.
Está claro que en estos tiempos nos sobran conflictos, internos o externos, nos sobran también motivos de preocupación, global o individual, y no necesitamos que se generen problemas artificiales, buscados para diferenciar unas opciones políticas de otras. Y es que en momentos donde el pensamiento es casi, casi único (curioso... es el sueño de todos los dictadores), hay que buscar diferencias en los temas más locales, más ínfimos, más insignificantes...
Pues nada... unas buenas elecciones, no generales para reducirles el impacto real y poder quedarnos sólo con el conflicto jugándonos bien poco en la batalla (perdón por la jerga bélica).
Si hace algún tiempo ironicé con la importancia real que tuvo (tiene) para el país el tan traído y llevado estatuto catalán, reconozco que las elecciones, al menos teóricamente, deberían ser otra cosa. Deberían ser la concrección de la soberanía popular, la materialización de la democracia... deberían ser una fiesta popular, que terminara con un puñado de representantes honestos y comprometidos ahogados en trabajo y problemas durante cuatro años.
Vale, vale... dejad de reiros... lamentablemente, todos sabemos que esto no es así. Ya es bastante grave que en unas elecciones generales sólo haya dos opciones viables... aún más grave que ambas opciones cada vez se parezcan más. Pero lo peor de todo, es que en unas autonómicas, donde hay generalmente tres o cuatro opciones políticas supuestamente diferentes, al final, las discusiones se centren en ver quién es más catalán (léase vasco, andaluz...) que los demás, quién se diferencia más del resto de comunidades, aunque sea a base de decir gilipolleces.
Porque no olvidemos que, aunque nos pese, de gilipollas está la política llena.
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