Revista Sociedad

Nacionalismos y otras chorradas por el estilo

Publicado el 28 abril 2014 por Jordi Martinez Aznar
Conforme voy sumando años en el DNI, cada vez estoy más convencido de que los nacionalismos y las banderas e himnos que les representan han hecho más mal que bien a lo largo de la historia. Aunque no soy un docto en la materia, tampoco hace falta serlo, para ver que, en nombre de una bandera, de un rey y de una patria se han hecho auténticas barbaridades, incluyendo no pocas guerras. Ayer se jugó la final de Copa del Rey entre los dos grandes del fútbol español, o sea, Real Madrid y FC Barcelona, con la victoria final del primero por 2-1. Más allá del resultado, una de las noticias fue la pitada al himno nacional por parte de los hinchas barcelonistas, repitiéndose la historia de las finales de los años 2009 y 2012, siendo en aquellas finales por partida doble al ser el rival el Athletic de Bilbao. Tengo que reconocer que a mí, los himnos nacionales me la traen al pairo. Ni siquiera cuando hice el servicio militar, que se supone que es cuando juras dar hasta la última gota de tu sangre por la patria que te vio nacer, me excitaba demasiado. A lo sumo puede gustarme su musicalidad, como el himno escocés, pero de ahí a que, como a otros muchos, se me ponga dura (con perdón de la expresión, al escuchar el himno del lugar donde nací va un trecho. Vamos, es que ni siquiera oigo el himno catalán, y si me lee algún militante de Esquerra Republicana o Convergencia i Unió y se molesta, ya sabe lo que puede hacer: cogerse un par de piedras y cascársela bien fuerte.
Pero que no me guste el tema de los himnos no quiere decir que no los respete, y es que a mí me enseñaron que hay que procurar tener un mínimo de educación ante lo ajeno. Sinceramente, nunca entenderé a aquellas personas que viajan cientos de kilómetros casi con la única intención de pitar al himno nacional de un país que no consideran suyo. Cualquiera diría que vas a eso y que lo de animar a tu equipo no deja de ser un efecto colateral, vamos, rollo "ya que estoy aquí, pues animo y eso". Y es que desde hace tiempo soy de los que pienso que el tema de las nacionalidades tendría que desaparecer para siempre y de una vez por todas. Todos esos que hablan de Cataluña como tierra independiente, que vayan a hablarle de eso a alguien de la África profunda o bien a un aborigen australiano. Posiblemente se le quedará mirando como si le estuvieses hablando de la vida en otros planetas al mismo tiempo que le importará tres cojones (con perdón de nuevo por la expresión) todo aquello que puedas decirle.
Realmente siempre me ha parecido curioso, a la par que gracioso, escuchar determinados argumentos de los nacionalistas. Para todos ellos, su lugar de nacimiento es el más mejor del mundo entero. Me hace gracia porque, si un español de pura cepa hubiese nacido en Francia, diría lo mismo de Francia. Si hubiese nacido en Alemania, diría lo mismo de Alemania, etc. En ocasiones como esta no puedo evitar pensar que si toda esta gente le dedicara la mitad de tiempo y energías a cosas más productivas, en primer lugar ya habríamos salido de la crisis hace tiempo, y en segundo lugar, el mundo sería, sin duda, un lugar muchísimo mejor. Y es que, ¿desde cuándo ser catalán me convierte en alguien mejor que un español, un francés o un italiano?  Que aquí tenemos la Sagrada Familia. Vale, en Egipto tienen las pirámides y en Inglaterra Stonehenge. ¿Acaso tener una cosa u otra les hace mejores frente al resto del mundo?
Otra cosa son las banderas, las cuales, para mí, nunca han dejado de ser un trozo de tela en diferentes colores. Todavía recuerdo cuando, en tiempos de la extinta mili, teníamos que cuadrarnos frente a la bandera cuando la izaban o bajaban del mástil que habría enfrente del cuartel. Seguro que para los oficiales y suboficiales, aquello era de lo más, pero para mí (y seguro que para muchos que tuvimos que pasar por eso), lo que nos pasaba por la cabeza era algo muy diferente. Pero bueno, mientras hayan banderas, seguirán habiendo problemas, cosa que parece no darse cuenta demasiadas personas.

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