Buenas noches. Hubiera publicado antes si me hubiera levantado más temprano, pero entonces tendría que haberme acostado antes y para ello tendría que...
Nada a medias
Ese sábado a la mañana por fin se decidió. Se ató el pelo, se arremangó las mangas y abrió las puertas del armario de par en par. Era hora de arreglar el ropero.
Las montañas de ropa se elevaban y descendían en ondas sinuosas y desafiantes. Después de observarlas durante un minuto, Dora resolvió empezar por los cajones. El primero que abrió se trabó y ella tuvo que tirar de él con ambas manos. Cuando se soltó, casi se le cae en los pies, pero quedó justo en el borde. La mitad del contenido se precipitó por detrás. Dora frunció los labios; en la gaveta, una camiseta se abrazaba a un pantalón que tenía una media en el bolsillo y un corpiño se colgaba de la botamanga.
—¿Dónde estará la otra media? —murmuró.
Sacó el cajón del todo y tiró su contenido sobre la cama. La media no estaba ahí. Buscó en la ropa que había caído detrás: unas calzas, ropa interior, un camisón, la parte de arriba de un pijama. Nada de medias.
Vació los otros tres cajones, y nada. Encontró un libro dentro de uno de ellos, pero ni una mísera media. Volvió su atención al estante sobre los cajones. La ropa se apilaba desordenadamente: un pulóver, dos remeras, un pantalón, un zapato, y unas camisas y una campera y una pollera y un saco y un chaleco y…
«¿Un zapato?» pensó y suspiró con fuerza.
Puso un pie en un hueco dejado por los cajones exiliados y se encaramó por sobre la pila de ropa. Hundió uno de los brazos, hasta el codo, en aquel montículo gelatinoso.
—Media, media —murmuró— ¿dónde está esa media?
Encontró una tela que se estiraba y estiraba, tiró con fuerza y cayó sentada en el piso, una remera fina colgaba de su mano. Bufó y se puso de pie. Subió dos escalones de los cajones y metió ambas manos.
—¿Dónde está esa media?
La ropa se le metió en la nariz, en la boca, alrededor del cuello. Sacudió la cabeza y sintió las telas deslizarse por su nuca, su espalda.
—¿Dónde está? —las palabras sonaron ahogadas y ella hundió más los brazos, hasta los hombros.
Rebuznó y levantó un pie, y el otro. Los brazos y la cabeza se hundieron aún más, las pantorrillas se elevaron por el aire. La media no apareció, y ella tampoco.
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