Ilustración: Susón Aguilera
-¡Siguienteee…! -Yo, yo misma, que la señora Petra ya está atendida. -Buenos días señora Antonia, ¿qué le pongo? -Buenos días Patro. Ya sabes, lo de siempre, de las de mi hijo.-Reina, ¿has visto que bacaladillas?-No, Patro, de esas, de las que hace mi hijo.-¿Y los jureles, señora Antonia? Mire, que parece que acaban de salir del mar.-Que no Patro, que quiero de las de mi hijo, que yo no me fio, que yo sé que lo que él hace y es una maravilla, que lo he visto. ¿Serán frescas, verdad?-Sí, eso sí reina, frescas sí que son que me llegaron esta misma mañana de Noruega.-Pero Patro, si mi hijo trabaja en Santander, ¿cómo van a venir las doradas de Noruega?La Patro había confundido las etiquetas. Tampoco es que tuviese mucho cuidado, sabía que las cajas solían tener pegados un montón de papeles, la mayoría decían cosas que casi no entendía y eso que llevaba más de veinte años en la pescadería del mercado del barrio. Había empezado con su madre, de bien pequeña. No había tradición marinera en su familia, sin embargo y por los vaivenes que tiene la vida, su vecina, Pepita, mujer de pescador y ya mayor, sin hijos y con pocas fuerzas para seguir tirando adelante con la pescadería le dijo a su madre, Patrocinio, que el pescado siempre era un buen negocio, que por una u otra razón la gente siempre lo comparaba y que daba para vivir, no para hacerse rica, pero sí para vivir confortablemente, que si le interesaba le traspasaba el negocio. Su madre, que se veía que con cuatro hijos y un marido en la obra, se dijo que si no tomaba la iniciativa poco iban a tener y le dijo que sí, pero que no entendía de pescado. Pepita le dijo que eso se aprende, como todo en la vida, que se viniese con ella unos meses y que para cuando fuese el traspaso ya habría aprendido todo lo de la pescadería. Además el proveedor era un amigo de su cuñado, un hombre de fiar.
Al poco tiempo, Patro, ya estaba trajinando con su madre en la pescadería, entre despojos, raspas, gallos, chirlas y pescadillas. Le gustaba la pescadería. Habían pasado veinte años. Lo que si sabía muy bien es que cada vez estaba vendiendo más pescado de factoría y que lo vendía muy bien, pero no había reflexionado mucho sobre ello. Sacaba un buen margen, a la gente le gustaba y se lo pedían. La verdad es que no le preguntaban y ella tampoco decía de dónde procedía. No era necesario.
-Señora Antonia, ¿cómo es que entiende usted tanto? Haber cuénteme eso de que son de su hijo. Si son de factoría. ¡No me vaya usted a comparar!-De piscifactoría, sí. Uy, hija, mira. Yo de esto no entiendo, pero he parido y criado a mi hijo y no es que sea pasión de madre, pero listo es, eh. No sabes tú lo que ha tenido que estudiar ¿y lo que trabaja? Se ha tenido que ir lejos, claro, y lo que tiene andado, ya sabes que la faena está donde está, pero como trabaja en lo suyo, pues.-Ya, pero que yo le digo que son de piscifactoría. Y mire que las vendo bien, eh. Y mire que las he probado y ricas sí que están, es verdad, que tienen ese juguillo que las de mar… pues como que no, que quedan un poco más sequeronas. Mire, yo no le sé decir por qué, pero no es lo mismo, reina.-Quita, quita. ¿Qué sabrás tú? Sabes dónde está el pescado, dónde se ha criado, qué ha comido, que en el mar nunca lo sabes. Vete tú a saber, lo puedes coger de un sitio contaminado y a lo mejor estás comiendo metales pesados, mercurio ese… que lo dicen en el telediario. -Pero les dan piensos y a esos piensos les ponen muchas químicas y antibióticos, que no, que no me convence señora Antonia. Yo no tengo ningún reparo en consumir pescado de piscifactoría, pero dónde esté el salvaje.-Donde mi hijo dan sólo pienso, es verdad, pero oye ¡qué pienso!, huele a pescado, pescado, que dan hasta ganas de comérselo. Me dice que tiene sobre todo de ese pescado menuillo de Perú, ese que nosotras no nos comemos y que lo trituran y hacen harinas. Y anchoa, de esas que tienen tantas espinas que yo no las quiero, eh. Quita, quita, a mí no mes las des ni regaladas. ¡Qué controles! Y qué gente limpia. Todo muy bien ordenado, en su sitio, que vas andando y que da gusto, que huele todo a mar.-Pero mire, señora Antonia, son más baratos, seguro que no pueden ser tan buenos.-Pero Patro, ¿tú te das cuenta de lo que dices? Si más de la mitad de lo que vendes aquí viene de cultivo, a ver ¿de dónde son los mejillones?-¿Estos? De roca-Ya, de batea ¿Y las almejas? -De Galicia.-Pero si pone Italia y dice que son de cultivo-Pero gallegas también tengo, eh, mire. Uy, si, también pone de cultivo.-¿Y estas truchas tan guapas?-Estas sí que lo sé bien, que vienen de Guadalajara, que vi un reportaje en la tele que salía un señor muy simpático hablando delante de unas piscinas diciendo que comían mosquitos. ¡Ah!, es verdad, ahora que lo dice tienes razón, que decía que los piensos que les daban no tenían químicos. Me cayó muy bien, dijo que era “pastor de truchas”. Mire, hoy las voy a poner en casa, que nos encantan con un ajito.-¿Y qué me dices de este salmón que siempre tienes?-Ajá, ahora no me pilla, señora Antonia, este sí que es de Noruega, pero allí tienen unas aguas…El amigo de mi cuñado, el que es pescador, antes anduvo al Gran Sol con los gallegos y una vez se fue a hacer una campaña a coger bacalao. Cuando iban a los puertos a descargar dice que se veían unas piscifactorías de salmón que eran un primor. Yo aquí no he visto nada de eso, ni siquiera sé dónde están.-Pues las doradas, las lubinas y los rodaballos de las piscifactorías de Santander, que yo lo he visto todo.
Patro estaba en lo cierto, de hecho para la mayoría de los ciudadanos ciencia y cultura son términos contradictorios que se suelen excluir mutuamente, que casi que se pelean. La información que le llegaba no era ni buena, ni clara, ni bien explicada, ni entendible, ni nada de nada. Tenía la sensación de que los peces de piscifactoría no podían ser muy naturales, pero tampoco sabía por qué. Había escuchado hablar a los médicos de lo sano que es comer pescado, ella lo comía, comía de todo, de unos y de otros. Se dio cuenta que decía lo que decía porque era lo que había escuchado siempre, nadie le había explicado nada. Pero una madre es una madre y cuando habla con esa pasión de un hijo, hay que creerla.
Al lado, tres mujeres y un hombre que estaban esperando su turno empezaron a mostrar un gran interés por la conversación y se animaron, vaya que si se animaron…
-Yo creo que tenéis razón y que tendríamos que cambiar de hábitos, consumir más pescado y menos carne. Yo creo que es mucho más saludable, pero es que es tan caro, hija. Ahora desde que están estos de piscifactoría yo me apaño de bien.-Sí, Fabiana, el consumo de pescado es muy importante porque es una alimentación muy sana, yo lo vi en el programa de la Ana Rosa. Además es que la carne ya no es lo que era que la pones en la sartén y es que te queda dura. ¡Ay! y también está de cara. -Es verdad, pero hija, es que el pescado no cunde, en cambio un bistec bien que te llena. Además es que el pescado es tan sucio…-Cucha, pero qué dices, si la Patro te lo apaña que no veas, que te lo limpia, lo “embolica” de bien, que sólo falta que te lo cocine.-A la radio yo escuché el otro día que doce “musclos” tienen tanto alimento como un bistec…-Mira, yo que queréis que os diga, para mí lo que de verdad importa es que se lo compres a una persona de confianza, que yo a la Patro de tengo mucha, que yo sé que no me va a engañar nunca y que si dice que es bueno, pues yo la creo. Y si me dice que esas lubinas son buenas pues se las compro, sean de piscifactoría o no. Mejor de piscifactoría que siempre están mejor de precio.-A la radio han dicho que los de piscifactoría no tienen “saquis”-¿Qué?-Los bichos esos.-¡Ah!-Eso, mejor de piscifactoría, que la señora Antonia, que tiene un hijo que trabaja en eso, dice que…-Mira, si me dicen que es salvaje, yo me lo como igual, pero si me dicen que es de piscifactoría, que me da nosequé.-A la radio decían que si comes pescado no tienes tantas enfermedades…-Miren señoras, yo lo que creo es que estos pescados de piscifactoría son como los pollos, que comen de todo, ganchitos, de lo que sobra de las aviones, para que crezcan y ya está. Si, si.-Pero qué dice, señor Pedro, que no. ¿Qué no ha escuchado lo que dice la señora Antonia? A ver, a quién va a creer usted ¿A esos que no conoce o lo que le dice su hijo? ¡Hombre de Dios!-Eso es verdad, en mi pueblo, al lado de Zaragoza, ya comíamos truchas de piscifactoría, y bien buenas que estaban.-A la radio decían que mejor de aquí que con tantas catástrofes…-Pues mira, yo no soy mucho de comer truchas, pero como dice la Patro, hoy las voy a probar, anda, ahora después me pones unas cuatro.- Si, yo me voy a llevar dos kilos de “musclos”- Y a mí, unas doradas de las del hijo de la señora Antonia, que las voy a poner a la sal, como dice el Arguiñano, que también las usaba de piscifactoría.-A la radio decían que hay que leer las etiquetas…-¿Señor Pedro…?
Patro vio que aquella conversación estaba de lo más animada y que desde luego estaba ayudando y mucho a mover el negocio, seguía arrimándose gente y cada vez eran más las que se interesaban, así que aprovecho y siguió preguntando.
-¿Y cómo dice usted que lo hace su hijo, señora Antonia? Mire, a mi es que no me parece muy natural, seguro que a lo mejor está más controlado y puede que pase más inspecciones, pero mire, no sé, no sé… Pero como dice que su hijo…-Tiene unos bichacos metidos en unas piscinas con un agua que es como el cristal. Todos los días hay un señor que los atiende, les dan de comer, los limpian, los cuidan de las enfermedades y hasta les ponen vacunas para que estén sanos, como a los niños. Son los padres y las madres.-¿Qué me dice? -Ponen un montón de huevos, muy menuillos, que no se ven casi, pero hija qué cantidad. Los limpian y los desinfectan, para que no tengan enfermedades. Les ponen una miajica de yodo como el que usamos para curar a los niños, igual. Y después los meten en unos cubos con agua limpita, limpita…que da gusto.-¿Qué me dice? -Luego de unos tres o cuatro días salen como mosquitos, una almáciga, Patro, una almáciga. Con un tubo de vidrio muy largo los cuentan y con mucho cuidaico los llevan a unos tancacos llenos de agua de color verde. La comida ¡eh!...-Señora Antonia ¿qué me dice?-Y les dan de comer unos bichicos hasta que ya se le ven los ojos, que pasa casi un mes. No sabes tú el cuidado que hay que tener. Y luego ya le dan un pienso muy menuico, que me dijo mi hijo que valía ¡más de cien euros el kilo!-Jesús, Jesús, Jesús, yo me santiguo. ¿A dónde vamos a llegar? Si es que las maravillas de la ciencia…- Y cada día les dan de comer, los limpian, les ponen de esa agua verde… Oye y poco a poco van creciendo hasta que ya son como pececillos, que por lo menos necesitan cinco o seis meses. Todavía tan pequeñicos los vacunan, que digo yo que los de las vacunas se deben hacer ricos, ¿no? Con lo que allí tienen. Y hasta tienen una máquina para contarlos.-Jesús, Jesús, Jesús…-Los meten en un camión, si yo te contase las historias que me cuenta mi hijo de sus viajes…y los llevan hasta las jaulas en el mar. En unos sitios… y les dan de comer y los limpian y los cuidan, casi dos años hasta que te llegan a ti, Patro. Mira tú si tiene trabajo.
-Señor Pedro ¿Qué le pongo?-Ponme dos lubinas, Patro, de esas, de piscifactoría.
Esta historia ha sido posible gracias a mi madre, sin duda alguna la mejor publicista de la historia de la acuicultura y también gracias a mis colegas del CREDA (Cristina y Chema) por la multitud de ideas aportadas a través de su estudio. Gracias