Un par de adolescentes habla a voz en grito en el banco de un parque. Al principio, los tengo a mis espaldas y no detecto que son jóvenes. Tanto por su voz, que parece la de un hombre de cincuenta años que ha fumado mucho como por lo que dicen. «Te he pagado para que me folles, no para que me cuentes tu vida. Vuelve al prostíbulo». Me giro de golpe y los veo en el banco, el que habla lleva una gorra, tiene la tez dorada. Me duele cada palabra que dicen, más todavía porque no les echo más de 17 años.
Me levanto y me voy. No puedo seguir escuchando eso. That bullshit, que diría S.
Recuerdo la cara de alegría que puso S. al verme llegar el otro día. «Estaba convencido de que no vendrías», afirmó mientras me pasaba el brazo por los hombros y me acercaba hacia sí. No me abraza casi nunca, es muy frío, muy orgulloso, así que, cuando lo hace, sé que no es por compromiso. «Claudia, debo admitirte que hoy estás muy guapa». Me lo dice de manera genuina, no para intentar ligar conmigo. Le doy las gracias, sorprendida. Yo también hace unos días que me veo más guapa.
Me pregunta por ti, le digo que no nos hemos visto desde hace dos meses y no le miento. Me pregunta si no me da miedo que encuentres a alguna otra chica y, muy convencida, niego con la cabeza. Le digo que eso es imposible. Puede parecer prepotencia, como que nunca encontrarás a nadie como yo, pero no lo es. Sé que nunca encontrarás a nadie como yo, yo tendría miedo de eso.
Le pregunto por sus temas y me dice que últimamente ha estado pensando mucho en ella, que le ha escrito textos bonitos, pero turbios a la vez. Dice que tiene miedo de que le pase algo grave y ella nunca sepa sus sentimientos, que se piense que no la quiere. Sonrío, admirada, y le digo que me gustaría leer esos textos algún día.
A P. le han puesto a su ex de jefa. Dice que tiene que aclararse.
En días como hoy, en los que me rodeo de gente que no es la adecuada, me siento con ganas de huir. Siento que no tengo nada interesante que contar porque no soy interesante para ellas. Quiero escribirte y decirte que me siento mal, que necesito un abrazo y un hombro en el que llorar, pero empiezo a caminar y se pasa un poco. Es lo mejor. Prefiero no escribirte para preguntarte si viste a Dori o Naty y que me contestes con una mentira. “Espera un poco más”. Sabes que no es justo. No sé si estoy esperando por la misma persona.
Pienso en escribirle a otro sobre cómo me siento, pero al final tampoco lo hago. No es la primera vez que me curo a mí misma. Solo hace falta autocontrol, no ser impulsivos, para ser felices, hay que contenerse.