Ha regresado el frío, aunque ya nos están dando la vara, en el buzón, la tele, la radio y todos los catálogos, incluidos los de ropa premamá y bebés, sobre la llegada de la primavera en unas semanas. Yo debo tener un calendario interno, tan particular como el patio de mi casa, que es ídem del ídem, porque ando con el binomio cuerpo-mente, como diría Derek Chopra y su versión más cercana, el señor Bucay, bastante “agitado” desde hace varias semanas:¿una primavera adelantada?
Los gemelos, después de haber padecido la gripe de rigor y exigirme el “mimoseo” correspondiente, hasta el punto de no tener tiempo ni de darme cuenta de que la mecha tintada de mi cabello ha dejado de ser mecha parcial sino “cabellera total”, por su amplitud y colorido descolo-ídem, deben ser los únicos organismos vivos que tienen en su cadena de ADN el gen Duracel: no importa si hacen tres clases semanales de deporte, si les llevo al parque, incluso cuando llueve y les tengo que “forrar” el cuerpo con papel film transparente de cocina, si los despierto una hora antes de que el gallo, en nuestra casa es Juan Ramón Lucas, el de RNE1, cante…no cierran ni un segundo los ojos, para dormirse, ni siquiera aplicándoles dos gotitas de Loctite.
En ninguna de las asignaturas de mis estudios de psicología me explicaron que la palabra “maremoto” no es un fenómeno meteorológico, el levantamiento fatal del mar, sino el “hundimiento fatal” de una madre, un “madremoto”, síndrome o enfermedad de la que soy víctima y prueba andante, eso sí, glamourosamente andante, ya que no me bajo de mis tacones ni cuando estoy en el “madre centro” del “madremoto”
“Mamá, aquí”. “Mamá, allá”. “¿Y por qué, mamá?”. “Pues no, mamá…”
Padezco un “madremoto” de dimensiones descomunales, que me hace sentir lo que los médicos llaman astenia primaveral, una enfermedad que se caracteriza por síntomas como el cansancio, la media tristeza, la media melancolía y la media-todo. Si fuera navidad, le pediría a los reyes magos un remolque, una grúa, pero no de juguete, una de verdad que me hiciese levantarme, cada día, con fuerzas suficientes para “batallear” con los gemelos, sobreponerme a los papeles que cubren mi mesa de trabajo; recordar que cuando voy a un centro comercial he de llevar, casi cosidas a los bolsillos, las bolsas pertinentes, para no tener que comprarlas y acumular, con las miles que ya tengo en casa, el mayor cementerio de plástico bolsero. También les pediría una cita para que pudiesen injertarme unas HAND-FOR-ALL, un tipo de artilugio, inventado por esos freekies de los americanos, que se sitúa en las manos y que, al constar de 45 prolongaciones digitales, o sea, dedos, te permite batir un huevo, calentar la leche, hacer un sofrito, manejar el tubo telescópico de la aspiradora, levantar la alfombra, conectar la lavadora, regar las plantas y sacara a pasear al perrillo, todo a la vez…
Así que, tras darle un montón de vueltas, fundamentalmente traducidas en ratitos de duermevela en la cama, decidí hace unos días ir al médico para descubrir si lo que me pasa a mí era normal (lo que les pasa a mis gemelos, lo sé, de normal no tiene nada). Tomé cita con otro psicólogo, “seguidor de la escuela-de-no-sé-qué” y me aconsejó que, antes de la primera visita, anotase los síntomas que para mí eran importantes y los sucesos o pequeños detalles en los que reparase y que, hasta la fecha, no hubiesen sido habituales.
Tengo una libreta, iba a decir: con su camiseta y con su canesú, pero no es por ahí…Tengo una libreta que siempre llevo en el bolso, inicialmente un regalo de mi Adán para que escribiese versos o fragmentos de escritos, los que me conocéis sabéis que escribo más que hablo, cosa aparentemente imposible, pero cierta-ciertísima. Si la vierais la llamaríais la libreta de la compra, porque en lugar de versos, aparecen, con inusitada frecuencia, las siguientes palabras:
MAGDALENAS, QUESO RALLADO, K7; KLEENEX, SACARINA, HUEVOS…eso mismo, huevos, porque no he tenido más huevos, ni más papelillos a veces donde escribir, para haberla convertido en una lista de la compra con tapas, eso sí, también está relacionada con la poética: las magdalenas y otros productos (cárnicos o no) los anoto para comprarlos con todo mi cariño a esos gemelos que parecen saltimbanquis!
Bueno, pues empecé a anotar síntomas y lo que he terminado por llamar “fenómenos paracandelanormales”:
-Olvidé apagar el horno, el otro día y, durante toda la semana, no tuvimos necesidad de enchufar la calefacción en la casa, parecía un SPA sauna finlandés.
-Intenté, por tres veces consecutivas, cocinar un pastel-bizcocho de chocolate, con distintas variaciones, inconscientes, que intenté hacer pasar por “nuevas tendencias de la cocina de autor”, cosa que no coló, ni en los gemelos ni en mi Adán, a pesar de que los 3 “bodrio-pasteles” no se quedaron en el molde más de unas horas y se comieron, con preguntas como “Esto así, tan blandito por dentro, pero tan duro por fuera, ¿es típico de la cocina de autor?” Las variaciones fueron: sustituir el aceite de girasol por nada (olvidé echarle el oleoso líquido), duplicar el número de huevos (con lo que más que tarta era un ejemplo de “tortilla francesa de chocolate”) y poner la tarta en el horno sin precalentarlo (la forma de la tarta, además de la textura, era similar a la piel celulítica de los muslos de mi ex cuñada, imaginad!)
-Coloqué mis botines de tacón en la lavadora, en lugar de en el mueble zapatero, y los bóxer de mi Adán junto a los dos pares de botas de agua de los gemelos, en el mueble zapatero o, como ellos le llaman desde pequeños, en la boca del monstruo que huele, porque, según ellos, el armario zapatero era un gigante que, en lugar de tener dientes, tenía zapatos, y por “las caries”, el aroma no era a Chanel número 5.
-Me quejo mentalmente de que mi Adán no me mima como antes y le voy pinchando con eso de “¿Es que estás raro? ¿Es que no me quieres? Ya no me mandas mensajitos,…”
-He tenido que volver a casa más de 4 veces en 2 días a buscar, como una posesa, el móvil. Abría la puerta como una loca que estuviese convencida de que, si no encontraba el artefacto en cuestión y dejaba de estar localizable, como una unidad del SAMUR familiar, una catástrofe de implicaciones mundiales, intervención de la OTAN incluida, se podía producir.
-He pronunciado, una única vez, es verdad, pero aún así es preocupante dado mi carácter eróticoalegre, en relación a mi Adán, la TERRIBLE FRASE “cariño, estoy agotada y con dolor de cabeza”, oración o mantra que no entraña peligro, dicha u orada por las evas, por la mañana, pero terminal, grave y sintomática si una eva-alegre, como yo, se la dice a un Adán gustoso …por la noche.
Estos fueron algunos de los fenómenos paracandelanormales que anoté antes de la visita a mi colega psicólogo. El día de la cita, aparecí media hora más tarde, cosa que expliqué detenidamente (aunque a un ritmo, según él mismo dijo, de 5.000 palabras por microsegundo y 3000 gestos por ídem) ya que, antes de llegar, había tenido que comprar algunas cosas, llevar a los gemelos a la clase de Tae-Kwondo y llevar al zapatero un bolso que ha perdido un asa, supongo que como negativa a ser nombrado, por mis narices, en travestí de maleta, debido a la tonelada de OBNI (objetos bolsísticos no identificados) con que lo cargo.
Tras escucharme hablar (o hacer como que me escuchaba, porque miró varias veces su reloj y contestó una llamada al móvil con un “a las 8, lo hacen en canal plus, se van a enterar los nenazas esos de los merengues!) me diagnóstico, antes de pedirme 100 euros, uno detrás de otro. El dictamen: ésta que os escribe, y a la vez intenta hacer una transferencia por internet y encontrar 4 billetes baratos con ryanair, para ver si nos vamos de viaje en semana santa, y descargar con el net-video hunter varios vídeos sobre “cómo adiestrar a tu perro”…ésta menda sufría, según el psicólogo, de clarísima tendencia blaugranística, DEPRESIÓN POR ESTRÉS.
El susodicho galeno, además de intentar “colarme” una segunda cita, me recetó PROZAC: “Te hago varias recetas, Candela, estos tratamientos, por desgracia, son largos…”
La verdad es que tras escucharle, tuve una visión: Yo, MARIA CANDELA, CANDELA MARIA…atada a una caja de prozac, emprozaicadísima, pero con las manos ocupadas en la lavadora, thermomix, alfombras, scotch-brite…Y vi la luz al final del túnel…o salí del túnel, directamente, porque tomé dos decisiones:
Sustituir el prozac por tabletas de chocolate, pero del bueno, nada de ese light..
Cuchichearle a mi Adán y, en jarras figuradas, pedirle MUCHOS MÁS mimos, aclarándole, por si las moscas, que “mimos” no es el nombre del suavizante ese del osito…
Y…tras unos días de tratamiento…a pesar de que los pantalones pitillo no me entran (y parecen decir, a voz en grito, “cámbianos por pantalones puro-cigarro o pipa, nada de “pitillo”)…estoy mucho-mucho mejor…he hecho finalmente una tarta de chocolate para chuparse los dedos y…no he vuelto a tener ni un solo amago de…”jaqueca nocturna en el lecho”.
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