Ayer fue el primer día después de las fiestas, el día en el que comenzó la vuelta a la rutina que mañana lunes aplastará más de la mitad de los propósitos de Año Nuevo que no se hayan extinguido en la semana que está por terminar.
Se acabó la temporada de las sonrisas porque sí, de ceder el paso a los conductores que intentan cambiar de carril, de esperar pacientemente a que los despistados noten el semáforo en verde, de saludar en los ascensores y agradecer a quien amablemente presiona el botón para dejar entrar al que se quedaba fuera. Finalizó ese tiempo en el que el mundo parece un lugar mejor porque la mayoría sale de casa con el propósito de que así sea, porque se niega a dejar a los aguafiestas salirse con la suya.
Ayer las tiendas no sólo estaban llenas de personas que cambiaban o devolvían regalos por problemas de talla, también abundaban los desagradecidos que despotricaban sobre lo recibido, los que aprovechaban la ocasión para hacer inventario de los desaciertos con lazo que durante años han sufrido por parte de maridos, suegras, cuñados… Entre las largas filas detrás de las cajas registradoras incluso se podía escuchar cómo algunos calculaban las pérdidas entre lo que habían pagado por regalos con un valor económico mucho más elevado de lo que tenían entre manos. Otra vez las calles volvían a estar llenas de gente que estaba demasiado preocupada por sus bolsas como para darse cuenta de que seguía en el mismo lugar el indigente al que hace apenas unos días habían deseado “feliz Navidad” mientras dejaban caer algunas monedas.
Por más que intentemos engañarnos, todo sigue igual. Mientras en una parte del mundo el problema más grande para algunos es el tiempo que pierden haciendo colas para devolver regalos, en otra, miles esperan horas en las puertas de los supermercados para –con suerte– tener algo que comer. Al tiempo que en Europa se esquivan viandantes que ocupan las aceras con sus grandes paquetes, no muy lejos hay personas huyendo de las bombas que son todo excepto un maná. Y así lamentablemente seguirá pasando un día tras otro de este año que apenas comienza: con poco o nada para algunos y demasiado para otros tantos que, cegados por su egoísmo, ni siquiera agradecen. Cada uno vuelve a lo suyo hasta que el próximo diciembre la música, las guirnaldas y las vacaciones establezcan una nueva tregua en la que el planeta entero se pondrá de acuerdo y nos volveremos a creer que ser mejores personas es posible, aunque no por mucho tiempo, pues así se ha decidido.
@yedzenia
Fotos:
Alexander Dimitrov
El Mundo
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