Siento que no es la mejor película de Isabel Coixet, pero quizás sea porque hay más romanticismo del que yo puedo soportar en Elisa y Marcela. Hay también silencio, y esos son los mejores momentos, porque las actrices, Natalia de Molina (Elisa) y Greta Fernández (Marcela) consiguen crear un mundo, con el apoyo del blanco y negro, propio, hermoso, cargado de sentimientos, donde nada tiene que ser explicado. Es tras la ventana, de puertas para afuera, cuando el ruido ensordece la relación de estas dos mujeres, que se han hecho conocidas en pleno siglo XXI por, allá por 1901, conseguir casarse, por lo Civil y por la Iglesia, al hacerse pasar una de ellas por un hombre.
Por supuesto, esas disidencias en aquellos años eran impensables y los conciudadanos de Elisa y Marcela se esforzaron por hacerles las vida imposible hasta que huyeron a Portugal, donde fueron encarceladas y hasta aquí leo por aquello de los spoilers. De esta pareja hay pocos datos históricos, pero sí hay referencias suficientes, en medios de comunicación, como para saber que esta historia fue cierta, otra cosa es el carácter de su relación, porque, como cuentan en La Voz de Galicia, existen teorías que plantean una realidad diferente a la que Coixet plasma en su película, basada en el libro que, con el mismo nombre, firmó Narciso de Gabriel.
En todo caso y volviendo a la película, poco importa la relación que tenían las dos mujeres o si su destino fue el que marca como posible en su guión Coixet y De Gabriel. Lo que perturba es ese silencio hermoso que se establece entre Elisa y Marcela, esa bella fotografía que parece crear un mundo especial para ellas, suyo, al que nadie de fuera podía acceder. Porque lo que la película muestra es que no hay escándalo sin el fisgón o la fisgona que se inmiscuye en la vida de los demás, sin el malintencionado que se asoma a la ventana y, envidioso, siembra el odio entre sus congéneres. Es una disidencia tranquila la que las protagonistas de la versión de la historia que hace Coixet ejercen en la sociedad asfixiante que las vio nacer, sin aspavientos, con el sufrimiento callado de quien recibe una pedrada pero no quiere dar al agresor el premio de sus lágrimas. Elisa y Marcela viven su amor en la intimidad de su universo, puertas adentro, sin intención ninguna de mostrar a los demás su felicidad porque a ellas, los otros, les importan bien poco.