Aparte de las justificaciones o promesas de Mariano Rajoy en el debate sobre el Estado de la Nación, los ciudadanos conocerán su vigor como hombre de Estado si mantiene hasta finalizar su mandato su negativa a negociar con los nacionalistas catalanes cualquier cambio de estatus de su región, y rechaza contundente a quienes le piden blandura con ETA.
En ambos casos un Estado multicentenario que sobrevivió catástrofes constantes manteniendo su unidad y coherencia no puede cambiar la historia por las exigencias de determinados individuos de un par de generaciones y otras tantas regiones manipuladas con propaganda, al estilo de la alemana del III Reich.
No hay negociación posible, y deben saberlo, los que la recomiendan “entre España y Cataluña”, como la vicepresidenta de la Comisión Europea, la socialcristiana y humanitarita luxemburguesa Viviane Reding, y los que piden hacerlo “entre España y ETA”.
Imposible entre España y Cataluña porque ambas son entidades geográficas, la segunda dentro de la primera, y los territorios no negocian; en todo caso hablarían personas, pero con peso y poder diferentes.
No son dos trenes que chocan, sino que unos ferroviarios desleales, llamados independentistas, manipulan los acoples de un vagón llamado Cataluña para soltarlo, quedarse con él y saquearlo más cómodamente.
En cuanto a los “verificadores” del desarme de ETA, y tras descubrirse que no vieron desarme alguno, aunque lo certificaron, lo mejor para hacerse creíbles es que vuelvan, como mínimo, con el armamento de una división acorazada, y varios portaaviones y cazabombarderos.
El Estado no tiene nada que negociar. Este Estado soportó ya levantamientos de independentistas catalanes en 1873, 1931 y 1934, que facilitó este último una guerra civil, una dictadura y el terrorismo etarra, con casi mil muertos durante medio siglo.
No hay nada que negociar con alborotadores como el fantasmón manipulador de acoples ferroviarios, Artur Mas, o con multiasesinos como Josu Ternera.
SALAS