Tras dejar Sudáfrica con la triste noticia del fallecimiento de Mandela, por primera vez doy un gran salto geográfico, y me lleva hasta Irán, un país conocido, entre otras cosas, por la gran calidad cinematográfica que produce, con trabajos presentes en la mayoría de festivales internacionales de cine. Algunos de sus realizadores más destacados de la actualidad, por citar sólo unos cuantos, son: Bahman Ghobadi (‘Las tortugas también vuelan’), Abbas Kiarostami (‘El sabor de las cerezas’), Hana Makhmalbaf (‘Buda explotó por vergüenza’), Mohsen Makhmalbaf (‘Kandahar’), Majid Majidi (‘El canto de los gorriones’) o el propio Asghar Farhadi, el director de la película protagonista de este texto, ‘Nader y Simin, una separación’.
Esta vez, la película es bastante conocida a nivel mundial, y es que Irán puede presumir de tener la filmografía más potente (en cuanto a calidad) de Medio Oriente. Probablemente el Óscar a la mejor película extranjera de 2012 y su nominación a mejor guión original fueron los motivos que terminaron de lanzarla, pero no olvidemos que también obtuvo reconocimiento en otros festivales internacionales de grandísimo prestigio como los Globos de Oro, los BAFTA, los César e incluso en la Berlinale.
El aspecto a destacar que transmite esta película, y que conforma una realidad absolutamente universal y reconocible por cualquier persona de cualquier procedencia es la relatividad del bien y del mal. La historia muestra la borrosa línea que separa ambas partes y los saltos que se producen tanto en un sentido como en el otro. Los matices son fundamentales para entender una realidad compleja, y así nos lo muestra Asghar Farhadi. Seguramente es una de las principales claves del enorme éxito internacional que ha tenido este largometraje.
Los diálogos son los que crean los giros de guión (importantísimos en este filme). No es una película de acción, ni de sensualidad, ni de efectos especiales; te agarra con su historia, te atrapa con sus personajes y te seduce con sus preguntas. Es crítica con la sociedad, con la justicia, con nuestro más profundo ser.
Si hay algo positivo en todo lo que se plasma (porque en el fondo, todo lo que ocurre es bastante triste) es la velocidad de actuación del sistema judicial (ya quisiéramos en España… Ni los llamados “juicios rápidos” están a la altura). Otro asunto es la metodología que se emplea, que precisaría reflexión aparte.
Uno de los aspectos técnicos ausentes durante el filme es la banda sonora. Una melodía de piano para acompañar a los créditos y a la pareja protagonista mientras esperan en un pasillo es la única composición musical de todo el metraje. Pero lo mejor es que no se echa de menos; la historia está tan bien hilada que la carencia de música no es ningún obstáculo, y es que el magnífico guión mantiene al espectador todo el tiempo pendiente de lo que va sucediendo sin necesidad de aderezos externos.
La fotografía es muy cercana, natural, siempre ayudando a transmitir la realidad que pretende su director. La cámara en mano está presente casi todo el tiempo y los planos cortos, metiendo de lleno al espectador en la acción.
Lo mejor de la película es su guión, tan potente y bien hilado como cercano, consiguiendo una historia que engancha durante las casi 2 horas de duración.
Comienza en un juzgado y termina en un juzgado. Se cuenta la historia de un matrimonio que se separa (aunque no se llevan mal); Nader, el marido, se queda viviendo con la hija y con su padre, enfermo de alzheimer al que tienen que cuidar constantemente. Pero, al contrario de lo que parece decirnos el título, la historia no gira en torno a la separación, sino a todo lo que se desencadena a raíz de esta decisión, y que implica de lleno tanto a la familia protagonista como a la señora que comienza a trabajar en casa de Nader y su familia.
Una serie de infortunios, unida a la delicada situación de cada uno, hacen que surjan conflictos importantes en el seno de esta familia que podría ser cualquier familia normal y corriente, y se enfrenten a otras personas que tienen una delicada situación personal. En esta disputa, los intereses personales de cada uno harán que ni los malos sean tan malos ni los buenos tan buenos. Una trama llena de grises y colores (no blancos y negros), como la vida misma.
El trabajo de todo el elenco artístico es de destacar. De hecho, es lo que hace que una, a priori, buena película, se termine convirtiendo en una gran película. Los componentes del reparto con mayor protagonismo han recibido reconocimiento de la crítica internacional, recogiendo incluso el premio a la mejor interpretación (tanto masculina como femenina, en ambos, el conjunto de actores y actrices) en el Festival de Berlín. Estos son los actores y actrices principales: Peyman Moaadi, Leila Hatami, Sareh Bayat, Shahab Hosseini y Sarina Farhadi, a quienes hay que adjudicar una gran parte del éxito de la cinta.
Recomiendo esta cinta a todas las personas que tienen un espíritu crítico o que quieren desarrollarlo. Es decir, me parece muy interesante para que la disfrute un público maduro pero también para que reflexione un público más joven que comienza a descubrir la cantidad y variedad de matices que encierra el día a día de la vida real.
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