Lo bueno de una noche de verano es ese silencio a salitre en la playa, con el ronroneo de olas llegando acompasadamente. Esa oscuridad que oculta la inmensidad del mar. Noches calurosas en las que el silencio te sigue, porque al silencio en el verano parece que se le desprecia con un torbellino de fiestas, debido a la creencia de que estar feliz, alegre, equivale a bullicio, a algarabía.
Me gusta emboscarme en el silencio de una playa solo iluminada por una tímida luna en su cuarto menguante, como si el ruido de esos guiris borrachos la hubiera roto.La vida rutinaria, en una noche de verano, se queda en cuarentena; los problemas aparecen colgados en el perchero de las buenas intenciones, y ya mañana se verá. El silencio, en una noche veraniega , es lo más cercano al paraíso. Es apagar las luces a los malentendidos, a las malas miradas acompañadas de una sonrisa.
Dónde se esconden los barcos en las noches mal iluminadas, en las noches de un negro de luto, quizás en el mismo lugar donde van los besos que nunca dimos, los requiebros de amor que no nos atrevimos a dar mientras ella lo anhelaba.
No hay nada más triste que cantar una habanera a un marinero sordo, pintar de negro una ilusión blanca, decir adiós cuando se quiere decir hola.
Las noches de verano se hicieron para los enamorados; para el niño solitario que observando el reflejo de la luna en el mar, quiere aprender a escribir poesías, y se da cuenta, de pronto, que la poesía en realidad siempre le ha rodeado, solo tiene que descubrirla, en esas olas casquivanas que se van antes de llegar, en esas estrellas que juegan a agujerear la oscuridad.Una noche de verano es el decorado perfecto para esa primera cita llena de esperanzas, para ese baño nocturno en la humedad de lo no visto.
Y si algún día recuerdas esa playa inmensa de tu niñez, es mejor que no vuelvas a ella para comprobarlo, porque los recuerdos con los años se convierten en sueños, y nadie despierto puede entrar en ellos.
*FOTO: F.E.PÉREZ RUIZ-POVEDA