Ni tú eres como nadie.
Nos pasamos parte de nuestra vida comparándonos e intentando "ser como".
La maternidad me dio el poder de quererme, sin más. De gustarme. Y de conocer mis puntos débiles para intentar cambiarlos. Pero sin necesidad de querer ser otra persona.
Creo que confundimos admirar con imitar.
Creo que cuando admiramos a alguien por alguna razón debemos analizar qué vemos en esa persona que nos gusta tanto, pero no para querer ser alguien diferente, sino para aprender a conocernos de otro modo.
Una de las cosas que me gustaría transmitir a mis hijos es justo eso: que nadie tiene el poder que tienen ellos justo por ser quienes son, sin necesidad de imitar, copiar o querer cambiarse por otro.
Vivir en el autoengaño de ser otra persona puede durarnos un rato, pero debe ser muy cansado ser parte del elenco de una obra de teatro en nuestro yo interno.
Supongo que cuando se inicia un proceso de "voy a ser como/ voy a hacer esto como" ocurre porque anhelamos la felicidad que vemos en esa persona. Y que entre envidia y añoranza anda el juego.
Sin embargo, no caemos en la cuenta de que esa misma persona también tiene sus demonios internos, sus defectos que cambiar y mucho que aprender.
Creo que no hay nada más emocionante que descubrirnos a diario, bucear en nuestro baúl interior y encontrar versiones nuestras que ni en las mejores novelas.
Creo de corazón que no hay nada más valiente que intentar construir nuestra mejor versión, sin burdas imitaciones, sin fantasmas de otros que nada tienen que ver con nuestro yo, sólo porque pensamos que les va bonito.
Darnos la oportunidad de amarnos bien y de querer mejorar es lo que nos mantiene vivos. El autoaprendizaje nos mantiene despiertos. Construir un castillo de naipes con otros "yo" nos puede durar un soplido. Nada más. Y las demoliciones son desoladoras.
Nadie es como nosotros. Y, por suerte, nosotros no somos como nadie.
Deberíamos dejar de lado esa insana costumbre de querer ser otro y aprender a ser nosotros mismos.