En el mundo del ilusionismo y en el de la literatura fantástica, la capacidad de ser invisible siempre se ha considerado una virtud, un poder secreto y de enormes ventajas para quien lo posee y lo usa en beneficio propio. En el mundo real, sin embargo, la invisibilidad no está vinculada al ejercicio del poder, sino que denota una verdadera amenaza: la del rechazo, la exclusión y, por fin, el olvido.
Quienes históricamente han vivido siempre bajo una espesa capa que los ocultaba han sido los colectivos menos favorecidos. De entre ellos, destaca el de las mujeres, que constituye nada más y nada menos que la mitad de la población del planeta.
Son muchas y de muy distintas épocas las artistas, filósofas, científicas o políticas cuyos logros innegables han sido absorbidos por una figura de más autoridad dentro del engranaje patriarcal, generalmente el padre, el marido, el amante o el hermano. Es el caso de la escritora Alice James, de la pintora Marieta Robusti, de la escultora Camille Claudel, de la matemática Mileva Maric, de la doctora en física y química Rosalind Franklin, de la activista Olimpia de Gouges, de la pensadora Hildegard von Bingen...
Otras veces, si han querido emerger, las mujeres han tenido que desaparecer detrás de seudónimos masculinos, como Currer Bell (Charlotte Brontë), George Elliot (Mary Ann Evans), Fernán Caballero (Cecilia Böhl de Faber), George Sand (Amandine Aurore Lucile Dupin), Víctor Català (Caterina Albert)...
En muchos otros casos, las contribuciones femeninas simplemente se han diluido en la historia por falta de atención y promoción, y porque la invisibilidad consiste precisamente en eso, en que nadie sepa que existes.
María Antonia García de León en la introducción de Rebeldes ilustradas afirma: "Poco se sabe sobre las mujeres españolas que hicieron la Transición (nuestras rebeldes ilustradas). Una sociedad androcéntrica tiende a no reconocer la presencia pública femenina, ni siquiera cuando comporta excelencia".
Y es que, aun cuando pudiera parecer que la inmaterialidad de las mujeres se daba en un tiempo pretérito, tenemos pruebas manifiestas de que eso sigue ocurriendo en nuestro país en el siglo XXI, razón por la que García de León dedica un libro a esas mujeres, nunca puestas de relieve, que hicieron una transición no sólo política, sino también personal. Ellas tuvieron un papel definitivo a la hora de impulsar y llevar a cabo, entre otras acciones, campañas en defensa de los derechos civiles y sociales, o de exigir mejoras de los servicios públicos para hacer el espacio urbano más habitable. Y pese a que desempeñaron una labor decisiva, han sido consideradas personajes secundarios de la historia oficial, nunca sus protagonistas.
Por poner otro ejemplo, en el año 2007, en el Palau Robert de Barcelona, tuvo lugar una exposición de fotografía sobre estos años de la historia española. En ella, desde el punto de vista institucional, sólo figuraban, en formato pequeño, dos referencias a políticas: Dolors Calvet y la Pasionaria. Y desde el punto de vista de la ciudadanía, en las imágenes aparecían mujeres, aunque siempre como seres anónimos.
¿Se figuran lo que experimenta una mujer nacida en 1940 que en 1975, con 35 años, participó como política en la Transición y que actualmente, con 70 años, observa que se ha caído ya de la historia? Tampoco es difícil imaginar lo que debió de pensar una chica nacida en 1990 cuando con 17 años fue a visitar esa exposición al Palau Robert. Probablemente creyó que la no presencia femenina se explicaba porque, en esa época (alrededor de 1980), las mujeres todavía permanecían recluidas en sus casas. Debió de considerar que a su generación ya no le sucederá lo mismo.
Tal vez lo que no sabía la muchacha es que silenciar a las mujeres ha sido algo recurrente en la historia de la humanidad. Quizás ignoraba que cada nueva generación tiene que empezar de cero porque los logros de sus predecesoras desaparecen, se vuelven invisibles.
Porque, una vez muertas, nadie hablará de nosotras.
Por Gemma LienasFuente: El País
Revista En Femenino
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