Revista En Femenino

Nadie me avisó.

Por Almapau @princesas_os

Nadie me avisó.

No es mi historia, pero también me reflejo.
No es la tuya, pero seguro que un poco en parte.
Es la historia de todas las mujeres que conozco y de ninguna...

Se me quedó grabado.
A la salida del hospital, una pareja, recientísimos papas.
El impecable llevando el capazo y el bebé dentro.
Ella preciosa, con su larga melena al viento, maquillada, los vaqueros ajustados, estilosa y sonriente. Delgada.
Felices.

No se porqué guardo esa imagen, tendría 14 años, y dos decenios después cuando fui madre aún la conservaba en la memoria, perfecta, como una foto, o tal vez sólo era perfecta en mi recuerdo.
Así era la imagen que tenía de unos recientes papás, sonrientes, guapos, delgados y felices.
Recuerdo ver las fotos en las revistas de embarazadas preciosas y sonrientes, yo tambien era preciosa y sonriente, aunque engordé 23 kilos.
Aunque no estuviese para paseos y compras, porque mis pies estaban hinchados, aunque por las mañanas no parase de vomitar.
Me sentía preciosa pese a todo, aunque dejara de mirarme en el espejo cuando me dejé de ver los pies.
Aunque no tuviese un armario imponente de ropa premamá, porque ninguna talla aguantaba mi ritmo, y vestirme era un juego de azar, donde tal vez mañana no hubiese suerte y no me cupiese ningún pantalón.

Era feliz, estaba emocionada, pero no era como las embarazadas de las revistas.
Me dolía la ciática, mi estómago era territorio de bombardeos. La piel de la tripa me tiraba y me picaba.
Me molestaba la espalda. Me pasaba el día en el baño, haciendo pipí. Y tenía miedo.
Miedo a que algo no saliese bien, miedo al parto, miedo a volver a casa, miedo.
Ese del que no hablaba ninguna revista.

Y llego el día D, y la hora H...
Y nada fue como había pensado, aunque tener en brazos a tu bebé haga que olvides casi todo.
Salí del hospital, coja, por efecto de la epidural.
Con la cara hinchada y llena de pequeñas marcas por el esfuerzo del parto.
Con mi pantalón de premamá, el mismo con el que había entrado, y aunque ya no parecía que estuviese a punto de parir, podía pasar por una embarazada de seis meses tranquilamente.
Me dolían los puntos del desgarro, y me sentaba con dificultad, pues los pujos me habían regalado un par de hemorroides, de esas de las que hablan los anuncios.
Pero las de los anuncios se sufren en silencio y te hacen poner cara circunspecta hasta que milagrosamente la pomada de turno las alivia.
Se ve que mis hemorroides eras menos estilosas, mas tirando a almorranas, y no eran nada silenciosas, dolían y picaban, y la primera vez que fui al baño tras el parto creí morir de dolor.
Y las cremas aliviaban solo en parte.
Así que allí estaba yo, frente a un espejo demasiado sincero, con mi barriga, mis estrías, mis tetas en plena subida de leche, mis ojeras tras tres días sin dormir, mi cara hinchada y llena de manchas, agotada, pálida, pensando dónde estaba aquella mamá estilosa de la puerta del hospital?
Y quién era la mujer que me observaba desde el espejo?

Y nuestro bebé? Nuestro bebé es maravilloso, y nos enamoramos profundamente nada más verlo, pero acostumbramos a ver bebés rollizos y preciosos en la tele, sonrientes, rubios y tranquilos.
Nadie me preparó para mi bebé. Diminuto, azul, un pequeño tenor.
Nadie me avisó de que lloraría.
Porque mi bebe lloraba.
Vaya si lloraba! Lloraba si tenia hambre, si estaba lleno, si tenia caca, si estaba estreñido, si le bañaba, si tenia sueño, si se despertaba, si tenia frío, si tenia calor, si oía un ruido, si no oía nada, si le ponía ropa, si se la quitaba...
Lloraba, y yo con el.
Recordaba a los bebés de algunos amigos, de esos que ves de visita. Visitas cortas, bebes dormidos... No era consciente de que el día tiene 24 horas y a mi me faltaba conocer la objetividad de las 23 horas y media restantes en sus vidas.
Nadie me avisó de esos pañales negros de meconio de los primeros días, de esos otros que se salían y le manchaban hasta la nuca.
De las lavadoras y lavadoras que pondría.

Nunca imaginé que un viaje en coche se convertiría en una tortura, que no podría ducharme tranquila en meses, que me encontraría tan sola, que me exigiría tanto como madre, como mujer, como esposa.
En las fotos no se ven los cólicos, ni la fiebre de las primeras vacunas, ni las molestias de los dientes.
Nadie me avisó de que mi mundo se pararía.
Sí, de felicidad, pero también de un montón de emociones menos agradables.
Dónde quedaron aquellas imágenes idílicas de mujeres con sus bebés?
Eso pensaba cuando me veía, cuando me comparaba absurdamente con ellas, y creía que yo era la penosa excepción de la maternidad.

Soy de la generación del biberón, nunca pensé que dar el pecho fuese tan difícil, si es lo natural!
Nunca imaginé que me dolería, ni que tendría heridas, ni de que la báscula se convertiría en nuestra enemiga.
Nadie me preparó para sacarme la teta en cualquier sitio, y tuve que superar mi pudor.
Ni me preparó para tener que lidiar con profesionales varios, los mismos que me recomendaban dar el pecho en el embarazo y que después culpaban a la lactancia de la costra láctea, de una diarrea, de su bajo peso, de su llanto, de los cólicos...

Nunca había sido exigente con la casa, y cocinaba para sobrevivir, sin embargo me volví loca, porque yo quería lo mejor para mi hijo, lo quería todo, las casas de foto de las revistas, las habitaciones pintadas como en los blogs, esos conjuntos recién planchados de los anuncios.
Esos detalles para guardar de recuerdo hechos a mano.
Y de pronto necesité que mi casa estuviese perfecta, y mi nevera fuese un escaparate de alimentos sanos y platos estupendos.
Quería la imagen de la foto, esa que dura solo el click.
Y a costa de no llegar nunca a esa perfección brillante me amargaba y sentía estúpida.

Nunca pensé que me afectarían tanto las opiniones ajenas, y sobretodo nadie me dijo que todo el mundo creería que necesitaba opinar.
Nadie me avisó que tendría que sobrevivir a las críticas, ni que yo sería mi peor enemiga, que nunca nadie me juzgaría tan duramente como yo misma.
Entonces me di cuenta.
Nadie me lo dijo, pero todo estaba pensado para que lo creyese, creer que la maternidad es sacrificio, entrega, esfuerzo.
Y es que me vendieron una maternidad absurda de embarazada en mecedora haciendo patucos de ganchillo, nos vendieron que eso es lo que se espera de nosotras. Y que cualquier excepción es un error en toda regla.
Nos vendieron la película completa, y cuando nos vemos incapaces de cumplirla, nos culpamos y creemos que no hay otras maternidades, que la nuestra es la errónea.
Nos vendieron que los bebes son rollizos, sonrientes y tranquilos, porque se esconde a los que no cumplen(casi todos)
Porque si un bebé se pone a llorar en un sitio público su madre recibirá miradas acusadoras.
Y te acostumbras, a creer que mereces esas miradas, te acostumbras a vivir en una sociedad donde se silencia a los niños el llanto, no para consolarlos, sino para que no molesten.

Porque aún si te cruzas con un niño en plena rabieta en la calle, su madre te mirará avergonzada, como si fuese un insulto a la sociedad. Como si el resto de niños no tuviesen malos días.

La maternidad a veces no es un camino de rosas, porque tenemos una imagen distorsionada de ella, porque nos venden una realidad edulcorada de foto.
Tampoco es un sacrificio ni una entrega que suponga dejar de existir como persona.
Encontremos el camino.
El nuestro.
El camino de la maternidad maravillosa, esa que nos hace mirarles y sonreír.
Y recordemos que las fotos son solo retazos de vida, que la vida brilla sin necesidad de flash, lejos de las cámaras.

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