Editorial Rayo
verde. 216 páginas. 1ª edición de 1980, ésta es de 2014.
Estuve a punto, a principios del
verano pasado, de comprarme esta novela según la vi en las mesas de novedades
de las librerías. Casi caí en la tentación justo cuando -el día anterior, sin
ir más lejos- había considerado que debía hacer bajar mi montaña de libros inleídos
antes de comprar nuevos. Estuve a punto de comprar este libro y aún tenía en
ese momento (y sigo teniendo) en casa sin leer El limonero real de Juan José Saer (Serondino, Argentina,
1937 – París, 2005). Al volver del verano lo compró uno de los profesores de
lengua del colegio donde trabajo (al que yo he conseguido hacer aficionado a
Saer). Me lo prestó hace meses, y ha sido ahora –acabando febrero de 2015-
cuando me he puesto con él.
En Nadie nada nunca el Gato
Garay vive en una casa de su familia, ubicada en el pueblo de Rincón, cercano a
la ciudad (la innombrada Santa Fe de las novelas de Saer). “A mí todo el mundo
me conoce: nuestra familia, ya se sabe, desciende del fundador de la ciudad”,
dice de sí mismo el Gato en la página 25 (La historia sobre este fundador de la
ciudad están narrados en la novela La ocasión).
El primer capítulo de Nadie nada nunca está escrito en tercera
persona: el Ladeado se acerca hasta la casa del Gato para que le guarde un
caballo –el omnipresente bayo amarillo- porque en la región alguien está
asesinando caballos por las noches (al principio el asesino –o asesinos- se
conformaba con pegarles un tiro en la cabeza, pero ha empezada además a
descuartizar sus tripas); estamos en febrero, el “mes irreal” se le llama en la
novela por corresponderse con el de la canícula de agosto. El Gato Garay bebe
vino blanco, se baña en el río, sale a montar a caballo o espera a que Elisa,
su pareja, le visite los sábados. De vez en cuando también se encuentra con
Carlos Tomatis o Horacio Barco (personajes –sobre todo el primero- habituales
del universo saeriano).
Se acaba el primer capítulo y en
el segundo Saer nos narra lo mismo pero ahora desde la primera persona del
Gato. Esto es algo al principio desconcertante, porque se repiten a veces
estructuras de palabras y frases, pero Saer va añadiendo matices a lo narrado,
desde la supuesta objetividad del primer capítulo hasta la subjetividad del
segundo.
Cuando haya leído unas cincuenta
páginas el lector de Nadie nada nunca ya habrá
descubierto que para Saer la trama no es fundamental en esta novela, que ésta
es una narración en la que los sucesos son pocos y que además se vuelve a ellos
una y otra vez desde distintas perspectivas. En la página 195 leemos, al
comentarse un artículo periodístico escrito por Tomatis, que éste ha citado con
evidente sorna a un etnólogo irlandés llamado el profesor Leopold Bloom. Queda sobre
el papel esta pista, hecho fehaciente del homenaje que supone Nadie nada nunca al Ulises de James Joyce. Lo que le interesa a Saer
aquí es analizar la percepción que tienen de su realidad los escasos personajes
que vienen a encontrarse en un zona muy delimitada del mundo: la orilla de una
playa, frecuentada por bañista de “la ciudad”, cercana al pueblo de Rincón. Un
verano tórrido y un ambientes aplastante, el Gato sentirá la realidad como una
telaraña densa contra la que debe luchar o dejarse envolver por ella. Lo que
percibimos tiende a repetirse, viene a decirnos Saer: el mismo bayo amarillo al
final del patio, y delante de él dos tambores de aceite, las mismas viejas
cajas de baterías y cubiertas podridas. De forma difusa el Gato gana dinero
escribiendo en sobres unas direcciones de la guía telefónica que le suministra
Elisa.
La realidad narrada desde la
perspectiva del Gato, de Elisa, del Ladeado, o del Bañero, personaje que vigila
la playa. De fondo una realidad ominosa: alguien está asesinado caballos por la
noche; y un inspector de policía (curiosamente apodado Caballo) que está
dispuesto a torturar a los sospechosos para conseguir una confesión. Desde un
fondo aún más oscuro, un contexto histórico: la dictadura de Videla. La muerte
de los caballos puede ser debida a unas maniobras militares, opinan algunos,
alguien está haciendo prácticas de tiro y las muertes (al menos las primeras)
son por accidente; o puede que se deban a venganzas personales.
La narración, sobre todo la que
atañe al Gato, Elisa o el Bañista es densa en matices, muy visual, reflexiva,
con frases largas y elegantes. Reproduzco aquí, como ejemplo, una de la página
19: “En el silencio de la siesta, hirviente, desde bajo los árboles
atravesados, a esta hora, de luz, desde su propio silencio, habiendo dejado,
por un momento, distraído, de tascar, retraído, serio, circunspecto, el bayo
amarillo me contempla.”
La prosa, de alta calidad y
belleza formal, pertenece ya al periodo de plena madurez artística de Saer,
pero tengo la impresión de que tanto en esta novela como en la anterior suya –El limonero real- prima más para él la
indagación formal en el propio magma de la narración que el placer del lector.
En novelas posteriores el equilibrio entre la indagación sobre el gran tema de
Saer (que no es otro que el de la percepción de la realidad) y la creación de
una trama puramente novelesca está más logrado, y esto es algo que el lector agradece.
Porque es cierto que, pese al alarde técnico que supone esta novela, adolece de
cierto inmovilismo: los personajes miran desde la ventana y… hacen exactamente
eso: miran desde la ventana. Aunque escribir esto último en cierto modo
desmerece la sutileza narrativa de Saer, en cualquier página está presente la
belleza poética y la inteligencia sutil de uno de los mejores prosistas de la
lengua española de las últimas décadas.
Sobre la mitad del libro hay unas
páginas que están escritas con menos sobrecarga estilística, en ellas se narra
el misterio en torno a la muerte de los caballos. Este tema crea un punto de
tensión constante sobre la novela, a pesar del inmovilismo del mes irreal que supone
febrero.
Pichón Garay, el hermano gemelo
del Gato, vive ya en París, y ha enviado al Gato una novela de contenido
pornográfico. En uno de los capítulos del libro, el Gato se sienta a leer el
libro y nosotros leemos un resumen de lo que él lee, que acaba funcionando como
un relato independiente. Esto me gustó bastante. Curiosamente, éste es el libro
de Saer en el que el sexo está más presente: los encuentros entre el Gato y
Elisa son narrados con profusión de detalles. Dentro del análisis de la
realidad circular, detenida, el sexo forma también parte de esta realidad en la
que Saer quiere adentrarse con minuciosidad.
Según avanzaba en la lectura
recordaba que yo había leído en alguna otra novela o cuento del universo Saer,
que Pichón, al volver a la ciudad desde París, recordaba con tristeza que al
Gato se lo llevaron los militares de la casa blanca de la orilla del río y que
nunca más se supo de él. Pensaba que Nadie
nada nunca iba a acabar con esta escena, insinuada, como un presagio, por
la muerte de los caballos; que el secuestro y desaparición del Gato a manos de
los militares iba a acabar con la parsimonia del mes irreal. He hecho memoria,
y he buscado en qué libro Saer nos cuenta esta escena. He encontrado alguna
referencia en La pesquisa: en esta
novela Pichón Garay regresa de visita a la ciudad desde París. “Pichón hace ya
varios años que viene reprochándose secretamente el no haber venido cuando la
desaparición del Gato y de Elisa y, desde que está de vuelta en la ciudad,
considera que es una prolongación de esa actitud el no haber querido ni
siquiera visitar la casa de Rincón y el departamento de su madre antes de la
venta”, esto se lee en la página 139 de La
pesquisa, y sé que en este libro (esto casi seguro que es en Glosa)
o en algún otro cuento hay una evocación más extensa de estos hechos. Algo,
esta desaparición, que yo tenía presente cada vez más al leer Nadie nada nunca, como si fuese a ser la
conclusión de la novela que tenía entre manos. Lo extraño es que lo acaba
siendo (al menos para mí, conocedor del universo Saer), a pesar de que esos
hechos no están narrados en Nadie nada nunca,
sino en La pesquisa o en Glosa, o alguna otra novela o relato. En
realidad, es como si Saer hubiera escrito durante toda su vida una sola novela
y las novelas o cuentos que nos han llegado fuesen los capítulos, más largos o
más cortos, de esa única novela, la novela de “la ciudad”.
Ya he insinuado que Nadie nada nunca no se va a convertir en
una de mis novelas favoritas de Saer, pero me percato también de que esa
monumental novela única que representa la obra narrativa de Saer es en realidad
(a pesar de estar leyéndola a intervalos más o menos discontinuos) una de mis
novelas favoritas de todos los tiempos, y tal vez debería algún día leer todos
estos libros seguidos para disfrutar de una forma más compacta del universo
Saer. Sólo me falta para haber leído toda su narrativa las novelas El
limonero real y Lo imborrable. Tal vez las lea en
2015.
No quiero acabar esta entrada sin
felicitar a la nueva editorial Rayo
verde por reeditar en España la obra de Juan José Saer, como ya he dicho,
uno de los mejores prosistas en nuestro idioma de las últimas décadas. Si
alguna persona no ha leído nada de Saer no le recomendaría empezar por Nadie nada nunca, un libro exigente que
posiblemente no sea la mejor llave de entrada al fecundo universo Saer. Las
otras dos novelas que ha publicado recientemente Rayo verde son mucho más
recomendables para el neófito: La pesquisa y El entenado, dos libros
maravillosos. Esperemos que Rayo verde siga con la ingente y valiosa labor de
reeditar a Juan José Saer. Poco después de escribir esta reseña, días antes de
colgarla en el blog, descubro a través de Facebook que Rayo verde acaba de
reeditar Glosa, publicada por primera en 1985, una novela inencontrable (salvo
tal vez en el circuito de librerías de segunda mano y de importación desde
Argentina) ahora mismo en España y que no es sólo una de las cumbres de la
narrativa de Juan José Saer, sino una de las grandes novelas escritas en
español de las últimas décadas. Es ésta reedición, sin duda, una estupenda
noticia literaria. Esperemos que Rayo verde continúe rescatando del olvido las
novelas de Saer para el lector español. No me queda más remedio que agradecerle
su gran labor editorial.