Revista Cine

Nagisa Oshima, la evolución de un maestro/IV

Publicado el 11 mayo 2011 por Diezmartinez
Debido a la tragedia que asoló Japón hace un par de meses, la Cineteca Nacional suspendió el ciclo "Nagisa Oshima, la Evolución de un Maestro" que había iniciado el 11 de marzo. Por aquí, de hecho, ya habíamos dado cuenta de algunos de los filmes programados. Ahora, varias semanas después, cuando ya el polvo se ha asentado -en más de un sentido- en el archipiélago nipón, la Cineteca vuelve al ciclo de Oshima para terminarlo el día de hoy con Diario de un Ladrón de Shinjuku (Shinjuku dorobô nikki, Japón, 1968), una de las cintas experimentales más exitosas y discutidas del primer Oshima.En lo personal, creo que hay pocas cosas que envejezcan más y tan mal como cierto tipo de vanguardia fílmica. A esta categoría pertenece, por desgracia, el largometraje número 13 del maestro nipón. Como crítico de cine -profesión que el cineasta cultivó a fines de los años 50 en distintas revistas y diarios-, Oshima se dio vuelo criticando las grandes producciones hollywoodenses y a su burdos imitadores del Japón. Muchos años después ese reproche se le puede dirigir a él mismo, pues Diario de un Ladrón de Shinjuku, más allá de la pertinencia histórica que pudo haber tenido el filme en su momento, se ve ahora como un recalentado nuevaolero con todos los tics estilísticos godardianos respectivos: cambios súbitos del blanco y negro al color, edición abrupta de moda, una banda sonora contrastante, manejo de intertítulos (más o menos) informativos y un siempre tambaleante encuadre por el manejo de la cámara en mano.La trama gira alrededor de una pareja de jóvenes que se encuentran en el distrito estudiantil de Shinjuku, en Tokio. Él (Tadanori Yokoo) es un rebelde que llega al orgasmo sólo robando libros y ella (Rie Yokoyama), una reprimida muchachita que expresa sus frustraciones sexuales a través de explosiones de agresividad. La película es una alegoría del Japón de la postguerra, frustrado, aplastado, confundido, así que los dos muchachos buscarán su libertad política al mismo tiempo que tratarán de entregarse al placer sexual, en pos del orgasmo perfecto. La fusión del sexo y la política no era ninguna novedad en el cine europeo de la época -y el propio Oshima volverá a tratar el tema nuevamente- pero el mayor reproche es la ejecución de la trama, lastrada por todos esos tics godardianos ya descritos anteriormente. El resultado, insisto, es interesante pero fallido. Como apuntó en su tiempo Joan Mellen en el tan plagiado World Film Directors (volumen 2, p. 724), se trata de una película decepcionante porque Oshima está más preocupado en el mensaje alegórico que en el filme como tal. Y ya sabemos lo que sucede cuando alguien se preocupa más por el mensaje que por cualquier otra cosa: su filme se convierte en un caro, largo y aburrido telegrama.

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