Tras la caída de Robespierre gobernó la Convención termidoriana (un gobierno surgido del golpe de Estado de termidor, nombre que daban los revolucionarios al mes de julio), que promulgó una nueva Constitución (1795) que representaba los ideales e intereses de la burguesía moderada. No obstante, las potencias europeas seguían viendo en Francia un peligro y continuaron la guerra contra este país.
La convención termidoriana se sustituyó por un Directorio, que se apoyó en los militares; entre ellos destacó Napoleón Bonaparte. Este aprovechó el prestigio adquirido con sus victorias militares en Europa y colaboró en el golpe de Estado del 18 de brumario (9 de noviembre de 1799). Como consecuencia, tres "consules" se hicieron con el poder, con Napoleón como cónsul principal.
Napoleón Bonaparte adquirió cada vez más poder; de primer cónsul pasó a cónsul vitalicio, y en 1804 se coronó emperador. Napoleón se apoyó en el Ejército, portador del espíritu revolucionario. Las principales actuaciones políticas durante el Imperio fueron:
En política interior. Se elaboró el Código Civil, que consagraba la libertad individual, garantizaba la propiedad privada y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley; y se reformó la enseñanza.
En política exterior. Napoleón extendió su Imperio por Europa, enfrentándose a las potencias europeas agrupadas en varias coaliciones. Francia venció a Austria, Prusia y Rusia, pero no consiguió derrotar a Gran Bretaña, a la cual sometió al bloqueo continental (prohibición de acceso a los puertos europeos a todos los barcos procedentes de Gran Bretaña y sus colonias).
Las tropas napoleónicas fueron derrotadas e 1813 (batalla de Leipzig). Los ejércitos de la coalición antinapoleónica entraron en Francia en 1814. Napoleón fue desterrado y se reinstauró en Francia la monarquía de los Borbones. No obstante, Napoleón regresó a Francia y recuperó el poder (Imperio de los Cien Días). Finalmente, fue vencido en Waterloo (Bélgica), y desterrado a la isla de Santa Elena (en el Atlántico sur).