
Sólo se pregunta a dónde lo llevarán esas lecturas. Qué caminos le marcarán y le están marcando. Qué queda atrás de estas páginas que ya ha leído y de las que no recuerda más que los números que se agolpan en los vértices izquierdos de sus márgenes. Han sido acaso una determinación que sin querer se ha marcado para llegar hasta aquí.
A dónde irá cuando no le queden más páginas que leer. Dónde estará su tiempo. Dónde sus cosas. Tiene los pasillos arrebatados por libros que cada vez que los ve le resultan más desconocidos. Quinientos, mil, mil doscientos, miltrescientoscuarentaynueve kilogramos de palabras, depositadas linealmente en tantas páginas. Descansan en el corredor y están a la espera de que las lea, de que les preste la atención debida, la atención que se debe a las personas y a los libros, los minutos de interés que cada uno va necesitando a lo largo de la existencia, una por una.
Hasta que las termine, y cuando lo haya hecho sólo tendrá que volver a empezar, para darse cuenta que se han multiplicado por cinco o por seis, que ya casi llegan hasta el techo. Sólo tiene tiempo para descifrar todo este montón de letras impresas, no puede pensar en nada más porque su función es saber en cuál de estas páginas se habla de sí mismo. Hasta que no lo sepa no podrá parar, para descansar.
Feliz día del libro
*Capítulo del libro Y se ve el mar, al fondo
