La corta vida de Pablo Escobar tiene todos los ingredientes necesarios para una gran historia. Un personaje excesivo, más grande que la vida, con la capacidad de poner en jaque a un país entero. Su vida está marcada por la violencia, la muerte, el sexo, las drogas, el crimen. Por eso sorprende que la serie Narcos, nominada a los Globos de Oro, desaproveche semejante material de partida.
El gran problema es la estrategia narrativa de la serie. Demasiado ambiciosa, utiliza varios puntos de vista -narcos, policías, políticos- y aspira a tener una perspectiva histórica que abarca a dos países: Colombia y Estados Unidos. Para ello se vale de materiales documentales -informativos, imágenes de archivo- que acaban siendo el tronco del argumento de cada capítulo. Sobre esa línea narrativa se van insertando momentos dramatizados, es decir, la serie en sí. Esto es lo más original de Narcos: vemos cómo se mezclan los actores con la imagen real de las personas a las que interpretan. Esto acerca la serie al docudrama, pero constituye un lastre cuando comienzas a interesarte más en la parte documental, que en la dramática. La serie tiene carencias presupuestaria que obligan a limitar la historia a un gran porcentaje de escenas en las que vemos a dos personajes hablando en una habitación, mientras tanto, las imágenes de archivo hablan de una guerra internacional contra la droga. La ficción sale perdiendo.
Lo más fastidioso de Narcos es la voz en off -adjudicada al agente de la DEA, Steve Murphy (Boyd Holbrook)- un recurso que funciona muy bien en las similares Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990) o Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002), pero que aquí resulta excesivo en algunos episodios. Demasiado bla bla bla. La narración es interesante, el problema es que casi nunca da paso a situaciones dramáticas mínimanente logradas. No se profundiza en los personajes, ni en lo que ocurre, por lo que tras tres o cuatro episodios la historia pierde intensidad. El protagonista, Murphy, tiene un arco completamente desdibujado que se plantea al inicio, se olvida durante el desarrollo y se retoma en los dos últimos episodios de la temporada. El personaje principal, Pablo Escobar, no tiene matices, no se explican sus motivaciones y se limita a mandar a matar a todo el que se le cruza en su camino. Seguramente era así en la vida real.
Pero lo peor de esta serie es que sus interpretaciones resultan deficientes, eso sí, para los que hablamos en castellano. Si tenéis oído para los acentos, descubriréis actores de todas las nacionalidades -brasileña, puertorriqueña, argentina, mexicana, colombiana- en una auténtica ensalada de diálogos que muchas veces no se entienden. La mayoría de las interpretaciones en castellano son deficientes. Wagner Moura es un buen actor, que clava el acento colombiano, pero no puede esconder que en realidad su lengua materna es el portugués. Un contratiempo que no percibe el espectador angloparlante, que lee subtítulos y al que seguramente todo suena a "español", como a la mayoría de nosotros nos cuesta identificar el acento británico del irlandés, escocés o australiano. Hay en Narcos más de un actor con un estilo interpretativo que revela una gran experiencia en culebrones latinoamericanos.
Todos estos defectos se minimizan en el que me parece el mejor episodio de la primera temporada, La catedral, que podría ser una muestra de lo que debería haber sido Narcos. La voz en off es mínima, la historia se desarrolla de forma dramática, y los dos personajes principales -por fin- evolucionan un poco. Hay además, dos estupendos secundarios interpretados por buenos actores colombianos: Christian Tappán y Orlando Valenzuela. El episodio -que continúa luego en la entrega final de la temporada- habla de temas de calado, como la corrupción que conlleva el poder ejercido a través de la violencia y cómo envilece a criminales y policías por igual.