Conocí a Natalia Dicenta en el teatro Maravillas de Madrid, en una tarde que recuerdo lluviosa. Ella interpretaba allí Invierno de luna alegre, de Paloma Pedrero, con Juanjo Menéndez. Tengo muy viva en mi memoria aquella entrevista, no sé bien por qué... La hicimos en su camerino, después de que ella entrara en el patio de butacas como buscando inspiración y de recorrer los apagados pasillos del teatro. Natalia me pareció entonces una polvorilla, una mujer de energía desbordante, casi agotadora, que mordía apasionada su vida y su profesión. A lo largo de los años me he reencontrado varias veces con ella de manera fugaz; estuvo hace unas semanas en el periódico para hacerse una foto con otras actrices -de la que he hablado ya en el blog-; y unos días después la entrevisté con motivo del estreno de Al final del Arcoiris, que se presenta estos días en el teatro Marquina. Fue, como aquella primera, una charla a ritmo de galope; las ideas se le escapan a borbotones, sin apenas pausa para la respiración, en un crescendo constante... Y siempre, siempre, con sus luminosos ojos bien abiertos y un repertorio infinito de gestos como guarnición.
Vi el domingo la función, escrita por Peter Quilter, y que recrea la vida de Judy Garland en el entorno de los conciertos que ofreció, pocos meses antes de su muerte, en Londres. El texto me pareció correcto, sin más; si no se sabe que se está hablando de una de las grandes estrellas del cine y la música, carecería de mayor interés. Pero le sirve a Natalia Dicenta -flanqueada por un excelente Miguel Rellán y un ajustado Javier Mora- para ofrecer un auténtico recital interpretativo. No pretende Natalia, salvo en un par de gestos, parecerse a Judy Garland; ha querido, me decía en la entrevista, conocer más a Frances Ethel Gumm, el verdadero nombre de la artista. Y colorea su encarnación con una amplia paleta de sentimientos, de tonos, de emociones, de matices, de detalles, que se elevan, ya digo, por encima de la propia función.
Natalia Dicenta, además, canta con mucha sensibilidad y una voz rica y expresiva (aunque le falte el desgarro) varias de las canciones que popularizara Judy Garland: I can't give you anything but love, For once in my life, The man that got away, Come rain or come shine, Get happy y, naturalmente, Somewhere over the rainbow -una versión emotiva y sensible-. Una magnífica cantante. Repasando en la hemeroteca de ABC aquella primera entrevista que he citado, leo algo que no recordaba y que resulta ahora al menos curioso: "tengo que cantar un rock sobre el escenario -me decía-, y me chifla, porque siempre estoy canturreando, pero nunca había cogido un micrófono. Y me fascina". Han pasado casi doce años (la entrevista se publicó a principios de marzo de 1989, y la debí hacer unos días antes), y ahora es Natalia la que fascina a los espectadores a través del recuerdo y la imagen de Judy Garland.