Revista Opinión

Natalidad y trabajo

Publicado el 16 octubre 2014 por Pelearocorrer @pelearocorrer

La presidenta del círculo de empresarios y algún concejal del partido popular van a arreglar el problema de este país: somos demasiados y es peligroso tener hijos. Tan peligroso que te pueden despedir o, peor aún, nunca llegar a contratar (si eres mujer, claro). Ambos personajes supeditan la atención de los niños al sacrosanto trabajo. La verdad, me gustaría saber qué relación tienen con sus padres tanto Mónica de Oriol como Ángel Donesteve; no ya con sus hijos (supongo que ninguno de los dos tendrá descendencia conocida) sino con aquellos que les aguantaron a ellos cuando no sabían andar.

Tratar de vender el trabajo como una bendición es el mejor mecanismo para afianzar el poder de quien recibe el mayor beneficio del esfuerzo ajeno. Así lo demuestran las encuestas: el paro se sitúa como una de las grandes preocupaciones de los españoles. Resulta delirante que la mayor preocupación de un ciudadano medio sea aquello que luego le dará más frustración. Pero la condición humana es contradictoria: necesitamos amar y odiar en la misma medida, a la misma cosa.

La enfermiza idea del crecimiento por encima de cualquier otro aspecto nos conduce a una realidad esquizofrénica, no en vano Deleuze tituló su obra magna “Capitalismo y esquizofrenia”; yo creo que las ansias de eternidad del hombre (un ser finito y limitado por naturaleza) se focalizaban antes en la religión y la cultura y ahora se han desplazado hasta llegar a lo más prosaico de la realidad humana: las cosas, el entramado de lo económico, esto es, el hombre trata de alcanzar cierta idea de eternidad mediante la idea del crecimiento económico. Si la zona euro se para, viene el coco. Pero resulta que el coco está aquí al lado, en África, y hace muchos años que viene llamando a la puerta de los hogares pretendidamente acomodados.

La protección de los menores parecía un logro que atesorábamos los europeítos, con reducción de jornada y derechos universales del niño, pero he aquí que dos personajes deciden saltar por encima del derecho constitucional y esgrimir el trabajo como piedra roseta de un mundo en el que sólo pueden creer aquellos que nacieron en la familia adecuada. No nos equivoquemos, nadie se hace rico trabajando, al contrario, hacemos siempre ricos a otros; nadie dignifica su vida o la hace más virtuosa por fichar durante cuarenta años puntual y ojeroso, al contrario, dignificaría su vida si prendiera fuego al cacharro que mide el tiempo que pasó ahí. Por decir este tipo de cosas a uno le pueden llamar reaccionario, antiguo, etcétera. A mi me encanta tener cierto aire de pasado de moda, de no estar en el tiempo que me ha tocado vivir.

Que sea más importante terminar un documento infame que pasar la tarde con los hijos nos da la catadura moral de la gente que está arriba, la que dirige este país. Lo que sucede realmente es que algunos tuvieron hijos y ahora no saben qué hacer con ellos, mucho mejor llegar tarde a casa de la oficina que enfrentarse con el desconcierto de un niño de cuatro años que a su vez no entiende por qué papá y mamá pasan tan poco tiempo en casa. O mejor aún, que los cuide la chacha.

 


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