Revista Opinión

Natalio Jiménez, alias el Carbón (reescritura)

Publicado el 06 junio 2013 por Miguelmerino

Antes de que se dieran cuenta, aferró a Ulises por la nuca y le introdujo la punta del bolígrafo en uno de sus orificios nasales.

Tres funerales para Eladio Monroy, Alexis Ravelo, Anroart Ediciones, 2006

Al Natalio Jiménez, todo el mundo le llamaba el Carbón. En realidad, el alias no era mas que un anagrama, lo que la gente realmente le quería llamar era cabrón, pero no había “güevos”. El Natalio era cabrón en óptimo señalamiento, pues sobre cornudo por parte de su señora, Críspula Gutiérrez la Tapu, también anagrama por el oficio, era hijoputa por parte de su mala baba.

No sabría yo decir si la mala baba era por los cuernos o los cuernos por la mala baba, aunque los que conocen de lejos al matrimonio dicen que nada tiene que ver una cosa con la otra. La Tapu era puta antes de conocer al Carbón y éste ya era merecedor del mote bien ordenado antes de casarse. Además, el Carbón tiene mal vino. Aunque los que le conocen desde que era baifo, dicen que no, que el vino es la excusa para sacar su mala baba a pasear.

Un día entró en la taberna un forastero y pidió un güisqui. El Carbón se puso chulito y le dijo al forastero que eso era bebida de maricones. Que se bebiera un copazo de cazalla que él tenía mucho gusto en invitarle. El forastero, sin ganas de mucho lío, le contestó que muchas gracias, que si tenía el capricho de invitarle, él le aceptaba de buen grado, y le agradecía como se merece, que pagara el güisqui, pero que la cazalla no era de su agrado. El Carbón se puso hecho un basilisco. Que si a él no le despreciaba nadie una invitación. Que si eso era bebida de maricones y que se bebiera una cazalla o iban a tener más que palabras. El forastero volvió a decirle, con buenos modales, que no quería ofender a nadie pero que él no bebía otra cosa que no fuera güisqui, cuestión de estómago delicado, vaya por Dios. Que si maricón, que si sal “pa” fuera, que si te voy a hacer un hombre de una hostia. El forastero, luego de agotar toda la paciencia, que fue mucha, y todos los buenos modales, que fueron excesivos, le soltó dos hostias mirando al tendido y sin avisar y le rompió el tabique nasal, cuatro dientes delanteros y la ceja izquierda. ¡Joder como sangra una ceja abierta! El Carbón se levantó, se sacudió los pantalones y la camiseta, que se habían llenado del serrín del suelo, llamó al camarero y le dijo: ponme un güisqui que tengo mucho gusto en aceptar la invitación de aquí el forastero.

Desde entonces, el Carbón a pesar de la falta de dientes y la nariz torcida, no ha perdido la mala baba, que además se le sale por los huecos, pero los forasteros pueden beber en la taberna del pueblo lo que se les ponga en el escroto, vulgo bolsa los “güevos”.


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