hace ya algún tiempo que vengo oyendo hablar, en un lugar y en otro, de «nativos e inmigrantes digitales». Estos días cayó en mis manos un escrito de un tal Marc Prensky, quien al parecer inventó estos conceptos, titulado Digital Natives, Digital Immigrants.
Prensky sostiene que existe una discontinuidad, sin precedentes en la historia, entre los estudiantes del siglo XXI y sus inmediatos predecesores, provocada por «la veloz e ininterrumpida difusión de la tecnología digital, que aparece en las últimas décadas del siglo XX». En la actualidad estaríamos asistiendo a la irrupción de la primera generación de nativos digitales, jóvenes que desde su nacimiento han crecido rodeados de tecnología ―ordenadores, vídeos y videojuegos, música digital, telefonía móvil y otros entretenimientos y herramientas afines― y con la que estarían familiarizados por inmersión.
al concepto de nativos digitales Prensky opone el de inmigrantes digitales, quienes nacidos antes de la aparición de estas tecnologías, tendrían que aprender a usarlas ya en edad adulta. La diferencia entre ambos ―nativos e inmigrantes― radicaría nada menos que en sus estructuras cerebrales, debido a la enorme diferencia de sus experiencias vitales. Y obviamente los nativos dominarían de manera intuitiva y natural la lengua digital, mientras que los inmigrantes se verían obligados a aprenderla de manera más costosa, conservando siempre «una cierta conexión con el pasado.»
¿cuáles serían, a grandes rasgos, las diferencias entre Nativos Digitales e Inmigrantes Digitales?
quieren recibir la información de manera ágil e inmediata.
se sienten atraídos por multitareas y procesos paralelos.
prefieren los gráficos a los textos.
se inclinan por los accesos al azar (desde hipertextos).
funcionan mejor y rinden más cuando trabajan en Red.
tienen la sensación de que van progresando, lo que les reporta satisfacción y recompensa inmediata.
prefieren instruirse de forma lúdica a embarcarse en el rigor del trabajo tradicional.
en el ámbito de la educación el conflicto generacional sería especialmente visible, pues los profesores ―inmigrantes digitales― no están familiarizados con las nuevas tecnologías e insisten en instruir a la manera tradicional, basándose en el aprendizaje progresivo y en las pruebas de valoración, mientras que los nativos digitales se cansan e impacientan con tales métodos, reclamando un aprendizaje «más ameno y divertido.»
los profesores del siglo XXI han de aprender a comunicarse con sus estudiantes a través de una lengua y de un estilo común. Ello no significa cambiar el significado de lo importante, de lo trascendente, ni tampoco implica fijar otras habilidades distintas. Muy al contrario, significa, por ejemplo, abandonar el «paso a paso» por el «ir más rápido»; implica profundizar más, pero siempre en paralelo, implica acceder desde y bajo el azar, etc., pero olvidándose de la eterna y desazonadora pregunta, reveladora de inconscientes prejuicios: «¿Cómo se enseña la lógica de esa manera, con tales procedimientos?»
espero con curiosidad vuestras opiniones. A mi todo esto me provoca cierta estupefacción, me hace sentir parte de un mundo crepuscular, en vías de extinción.
ronronea: levina