Una foto al sol. Cuando no sabes de fotografía siempre te dicen que el sol debe estar a tu espalda para tomar fotos. El otro día un caballero me recriminó que no estaba bien colocado porque tenía el sol de frente, me lo dijo como si yo no tuviese ni idea de fotografía y me estuviese contando un secreto muy especial: “siempre el sol a tu espalda”, me decía. Pobre. Yo no le corregí ni nada de eso, tan solo le sonreí y continué con lo mío. Debió pensar que yo era un poco lerdo, pero no me importa. Él se fue con la sensación de ser más inteligente que yo y esa sensación seguro que le hizo bien y le ayudó a empezar con energía y confianza la mañana.
El problema es que todos somos iguales. Cuando hablamos de la gente que manda, de los poderosos y ricachones que deciden nuestros destinos y dictan nuestras leyes, no estamos hablando de los políticos. Estos tienen poca tela que rascar hoy en día. Los que realmente cortan el bacalao son los que no vemos, todos esos cuyos intereses económicos van más allá de lo que nos imaginamos y especulan con el precio del arroz y del pan de dentro de 25 años. Esos mismos que dictan las leyes internacionales sobre comercio, por ejemplo y que deciden las normas de fabricación y venta de electrodomésticos, armas, medicamentos y un millón de cosas más.
Cada vez con mayor frecuencia, los Estados están incapacitados para gobernarse a su antojo y son pasados por encima por estos inmensos grupos de poder. Los políticos de turno de cada país no son más que marionetas que pueden decidir muy poco y solo en el ámbito local. A modo de ejemplo: leí hace poco que un grupo de selectos abogados de varios países del mundo, se había reunido en Ginebra para regular las condiciones de explotación del lecho marino. Algo que faltan aún muchísimos años para que sea relevante, ellos ya lo tienen atado y bien atado.
Pues bien, esos grupos de poder somos, también, nosotros mismos. Porque si estuviéramos ahí actuaríamos exactamente de la misma forma. Por eso decía antes que todos somos iguales, porque al fin y al cabo así es nuestra naturaleza. “Apurado te veas pa que me creas”, decía mi abuela. No podemos huir de nuestra forma de ver las cosas y, sin duda, tenderíamos a favorecer nuestros intereses por encima de los del bien común y si pudiésemos haríamos favores a nuestra gente y pensaríamos más en nuestro pequeño mundo que en ninguna otra cosa. Porque no lo podríamos evitar de la misma forma que no podemos evitar respirar o dormir.
Yo sabía que si no le decía nada al señor que me recriminó por hacerle una foto al sol, le iba a ahorrar un pequeño disgusto y le iba a hacer sentirse bien. Si llega a tener 20 años menos claro que se lo digo, pero ya tan mayor el hombre me supo mal. Sé cómo se hubiera sentido porque yo me hubiera sentido igual que él. Entre todos ya nos conocemos y sabemos de qué pie cojea cada uno. Cada vez hay menos secretos y el ser humano es igual en todas partes del mundo. Las diferencias son mínimas y casi anecdóticas y es muy raro que una actitud de alguien nos sorprenda.
Por lo general la vemos venir. Natura obliga.