Revista Psicología

«Natural, como la vida misma»

Por Rms @roxymusic8

Me gusta salir a pasear cuando el cielo está despejado y el sol luce radiante y más, si es un domingo cualquiera. ¿Por qué? Porque hay tranquilidad. Menos ruido. Más silencio. Se aprecia mejor el piar de los pájaros, las pisadas de la gente, las risas de los niños y todo cuanto tenga a mi alrededor. A veces no hace falta que sea fin de semana, también puede ser un día laboral por la mañana en un barrio tranquilo de las afueras de la ciudad o apartado de la vorágine. Se dan estampas muy bonitas y curiosas. Está una madre paseando a su bebé, unos adultos en compañía de sus perros, algunas personas mayores con sus muletas y tomando el sol, hasta unos jóvenes jugando con la pelota o a cualquier cosa con tal de hacer algo. Ahora que estamos en pleno invierno me llamaba la atención ver tantos árboles pelados, sin hojas, pero en pie con sus ramas bien firmes.

Pensaba que si se les caía aquello que les daba tanta belleza (esas hojas tan coloridas y de diferentes tonalidades según la estación) perderían su encanto y parecería que les faltara algo. Pero inlcuso así, guardaban su atractivo. ¿Por qué? Hay en ellos un algo que no sabría describir, pero sé bien que tiene que ver con su esencia. Creo que lo que destacaría sería esa firmeza que desprenden aun sin sus hojas. Aguantan nevadas, lluvias, granizos, vientos... Permanecen en pie. El paisaje queda intacto. Todavía queda esperanza. Y es cierto, no hace falta que todo sea bucólico o que tenga un color vivo para llamarnos la atención. Todo, en su verdad, tiene su atractivo aun no ser como en sus primeros años de vida. Los árboles son un claro ejemplo de esto. A veces, un paisaje de árboles sin sus hojas puede parecer desangelado y abandonado, claro, así es como muchas veces se ha mostrado en escenas de películas o cuentos. Pero no siempre tiene que ser esa la mirada a tener.

Pensaba en la vida cuando la miramos con ojos desangelados (si es que existe esta expresión) y qué poco atractiva nos parece. Cuando algo no tiene aquello que le da sentido pensamos que ya no tiene nada que aportarnos, está acabado, para tirar o poner nuestra mirada en otra cosa. Y no somos capaces de ver su esencia a pesar de la pérdida. Darle otra oportunidad o dejarle la posibilidad de enseñarnos su otra cara no está contemplado. ¡Cuánto nos perdemos así! De la vida, de las personas y hasta de nosotros mismos. La vida, como el árbol, tiene sus estaciones: unas veces parece florecer por todo cuanto realizamos, otras morir por las pérdidas que sufrimos, otras helarse por sentirnos estancados y otras asfixiar por el estrés que acompaña la existencia.

Pensaba en mí, en nosotros, y en cuánto nos parecemos a ese árbol. Un árbol es lo que es. No puede esconderse. Pasa por ciclos y estaciones y le vemos cambiar de la noche a la mañana. Nosotros, si queremos ser auténticos, vivir en nuestra verdad siginificaría mostrar lo que que somos en cada uno de nuestros procesos, crisis y ciclos personales. ¿En qué nos parecemos? Somos deshojados, cuando toca despojarnos de personas, de cosas meteriales y hasta de circunstancias que tenemos que dejar atrás por cambios vitales, necesidad personal o toxicidad. Somos frondosos, cuando tomamos decisiones que comprometen toda nuestra persona y conllevan un crecimiento integral que desprende virtud. Somos desangelados, cuando nos dejamos llevar por actitudes que desdicen de nuestra dignidad y nos hacen caminar en arenas movedizas sin ninguna firmeza. Somos coloridos, cuando todo cuanto vivimos lo hacemos desde nuestra verdad sin caretas ni poses transmitiendo confianza.

Pensaba en la naturaleza y, de verdad, cuánto nos enseña y muestra sobre la vida y sobre nosotros mismos. Sólo hace falta salir de casa y observar. Dedicar tiempo a buscar las mil y una similitudes (hay diferencias, por supuesto; de ahí el atractivo también y el aprendizaje). De siempre se ha dicho que el ser humano necesita el contacto con la naturaleza y no hace falta que se nos diga, lo notamos. Hay en nosotros esa llamada a salir al encuentro de un poco de aire fresco, de mar, de contacto con la brisa, de verde, de caminos de piedras y tierra, de correr por verdes praderas o sumergirse en un río, de subir a una montaña y contemplar el bello paisaje. ¡De tantas cosas en contacto con el mar, la tierra, el aire y el fuego! Creo que algo dentro de nosotros se activa, conecta con la vida, vibra. Y es que lo natural tiene su encanto, belleza y atractivo.


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