Por José Manuel Beltrán.
El
Yangtzé es un gran río, poco o nada hay que discutir sobre ello. La
construcción de la Gran Presa de las Tres Gargantas, de la que ya dimos cuenta
en otro anterior artículo y que podéis consultar aquí, hizo elevar el nivel de
las aguas en muchos tramos de su recorrido provocando que, lo que antes eran
simples arroyos de imposible o difícil navegación, se convirtieran en afluentes
o corrientes que se adentran entre parajes rocosos de indudable belleza.
La
exposición y explotación al turismo de esta parte del Yangtzé ha dado lugar a
que pequeñas embarcaciones, casi diría que de recreo, afloren a nuestros ojos
la belleza de la naturaleza.
Dejamos
Sandouping, después de visitar la Gran Presa de las Tres Gargantas. Atravesada
esta, el barco continuaba lentamente su ruta, dirección Wuhan-Chongqing. Pocas
millas después el gran río nos va mostrando el inicio de otras corrientes que
discurren entre frondosos desfiladeros.
Nos adentramos en la garganta Wu, en
busca de la “Diosa”.
El
maravilloso paraje de las montañas de Wushan se quiere esconder entre la
clásica bruma que, casi de continuo, acompaña al río. Atracamos en un
embarcadero, esta vez de dimensiones mayores al que nos encontramos cuando
visitamos la Pagoda de Shibao. Sirve también como zona de atraque para las
embarcaciones que se dirigen a Quingshi y, sin llegar a pisar tierra, tomamos
de nuevo unas bonitas embarcaciones con capacidad para unas 20 personas, eso sí
previamente enfundados nuestros chalecos salvavidas.
La
garganta Wu, en lo que se conoce como Goddess Stream, nos va a mostrar sus
famosos picos, cada cual con su propia leyenda. El Cuiping Peak, Qiyun,
Shangsheng, Feifeng y Jingtan Peak rinden honores al, sin duda, más famoso de
todos ellos: El Shennu (Diosa) Peak. En el pico de la montaña, y en los días
claros, se puede apreciar una imponente roca. Parece esculpida, con su mirada
hacia el río, como guardiana y vigilante de lo que allí pueda suceder.
Cuenta
una de las leyendas que Yao Ji, de carácter inquieto, salió uno de los días de
su palacio celestial montada en una nube. Una magia divina le había encomendado
guiar a las hadas más pequeñas. Volaba por las montañas de Wushan admirando,
entre nieblas, su espectacular paisaje cuando presenció como doce dragones
molestaban a los lugareños e impedían el tránsito normal del río. Desde su
nube, instalada ya en uno de los picos de la montaña, amenazó a los dragones
provocando temblores en la tierra. Pasado el clamoroso estruendo, todo el
paraje quedó en silencio. Los cuerpos de los doce dragones se habían convertido
en montañas y súbditos de la Diosa. Sin embargo, ella no regresaría a su
palacio celestial y quedó allí, sentada en lo alto de la cima en continua
vigilancia y protección de los habitantes de Qingshi.
La
corriente, de un recorrido cercano a los 15 kilómetros, supone
un lujo de paseo, entre montañas y acantilados perpendiculares al río. El
silencio es el mejor aliado para interiorizar nuestras sensaciones, aún cuando
la visita al Shennong Stream se haya convertido en un atractivo turístico en
consonancia con el de la Gran Presa.
Finalizamos
el recorrido con los pequeños barcos en un improvisado embarcadero flotante,
quedando a nuestra vista el original arroyo. Un empinado camino nos conduce a
la entrada de un túnel. En un pequeño rellano los guías nos convocan a una
danza, especialmente cutre. No me importa, ese no es mi interés. El túnel,
acceso reservado para los habitantes de Qingshi, muestra en su entrada un
curioso cartel: “The tourist halt”. Unas envejecidas motocicletas descansan
apoyadas en la pared; una cadena, de lado a lado del túnel, nos indica también
la imposibilidad del acceso. Una parte de la China verdadera se nos oculta, sin
embargo en mi retina se han quedado imágenes que por mucho que me haya
esforzado son difíciles de describir.
Mereció
la pena esta parada y recorrido por la corriente del Shennv; ahora la fonda la
tenemos garantizada a bordo del Sinorama Diamond. La disfrutamos con mucha salud,
la misma que te deseo a ti, ciudadano viajero.