Revista Cultura y Ocio
Hay un cuento de Augusto Monterroso que se titula así, «Navidad. Año nuevo. Lo que sea» (de Movimiento perpetuo, 1969), cuyo significado, con el tiempo, ha ido ganando intensidad por mor de los avances de la tecnología en velocidad, multiplicidad o inmediatez en las comunicaciones, tan patentes en estas fechas. Pervive la costumbre de felicitar al prójimo; pero ahora se ha facilitado —y vulgarizado— tanto que cuando aparece tu nombre antes o después de una felicitación aprecias el gesto como si recibieses el mejor de los regalos. Como si realmente fuese igual que cuando te sentabas a escribir a mano varias decenas de christmas que enviabas a tus familiares y amigos. Está bien, en cualquier caso. Lo dicho. O lo que sea. Monterroso escribía, a propósito de algo parecido a esto, sobre «Las tarjetas y regalos que año tras año envías y recibes o enviamos y recibimos con ese sentido más o menos tonto que te o nos domina, pero que paulatinamente a base de una interrelación de recuerdos y olvidos vas o vamos dejando de enviar o recibir, como, comparando, esos trenes que se cruzan a lo largo de la vía sin esperanza de verse nunca más; o mejor, ahora autocriticando, pues la comparación con los trenes no resulta buena ni mucho menos, toda vez que se necesita ser un tren muy estúpido para no esperar volverse a ver con los que se encuentra; entonces más bien como esos automovilistas de clase media que, por el simple hecho de serlo, cuando se desplazan en su automóvil se sienten como liberados de algo que si uno les pregunta no saben qué cosa sea, y que una vez, una sola vez en la vida, coinciden contigo frente a un semáforo en rojo, y con los cuales durante un instante cambias tontas miradas de inteligencia al mismo tiempo que disimulada pero significativamente te arreglas el cabello, o te acomodas el nudo de la corbata, o revisas tus aretes, o te quitas o te pones los anteojos, según creas que te ves mejor, bajo la melancólica sospecha o la optimista certidumbre de que nunca más lo vas a volver a ver, pero no obstante viviendo ese brevísimo momento como si de él dependiera algo importante o no importante, o sea esos encuentros fortuitos, esas conjunciones, cómo calificarlas, en que nada sucede, en que nada requiere explicación ni se comprende o debe comprenderse, en que nada necesita ser aceptado o rechazado, ¡oh!» (Augusto Monterroso, Cuentos. Madrid, Alianza Editorial, 1986, págs. 131-132). Me he acordado de este cuento de los encuentros fortuitos que pueden tener la misma intensidad que las efusiones de ánimo de ahora. Así que mis mejores deseos para ti y para todos los tuyos en todos los días del año y en todos los años de vuestra vida. Feliz Navidad.