Daniel de Pablo Maroto, ocd
“La Santa” (Ávila)
Cuando llegan estas fechas de finales del año, ponemos el foco de nuestro interés en las fiestas de la Navidad. Reconozco que, durante siglos, predominaban las fiestas religiosas vividas por los creyentes en Dios, que eran la mayoría en la civilización occidental; en la actualidad se han convertido en unas fiestas del pueblo en las que abundan los aspectos religiosos, pero también los profanos que celebran creyentes e increyentes. Pretendo en esta breve reflexión situar las Navidades en su dimensión religiosa.
Reconozco que lo que celebran los cristianos en el ciclo navideño es un tormento para la razón si acepta sus dogmas. Si la creencia en Dios resulta difícil en un mundo cada día más culto y racionalizado y menos creyente, la propuesta de que Dios se ha “encarnado” en el hombre Jesús de Nazareth, lo es mucho más si afirmamos que solo es la “Persona” del Hijo no el Padre ni el Espíritu Santo, misterio del Dios Trinidad. Y, además, el cristianismo propone otros “misterios” como la concepción de Jesús por una madre “virgen”, el nacimiento de Jesús que, siendo Dios, vive como los demás hombres, sufre una pasión y muerte ignominiosas y resucita “de entre los muertos”. Los que creemos en Dios por haber nacido en ambientes cristianos lo asumimos en fe; pero muchos no perseveran y abandonan la fe de su niñez.
Vamos a Belén y al ciclo navideño. El dogma de la Encarnación del Hijo de Dios significa que ha asumido todo lo “humano” como “un hombre cualquiera” menos las deficiencias morales o el pecado. En el Hijo encarnado ha revelado el Padre la única y última palabra a la humanidad, como escribió san Juan de la Cruz, y después quedó como “mudo”; por eso las “revelaciones” posteriores a los santos o se incluyen en lo dicho y hecho por Cristo o son innecesarias o falsas. Y otra constatación: la revelación de Dios en Jesús de Nazareth cambia la figuración de Yahvé, el Dios del Antiguo Testamento donde aparece como Juez justo e implacable con los que no cumplen la Alianza. En Cristo, se ha domesticado.
Puestos a imaginar y vivir los misterios de la Navidad, volvamos al pesebre de Belén para contemplar el misterio del “Nacimiento”. Allí encontramos a María, con amor de madre, en silencio contemplativo y como anonadada por tantos misterios, conservando todas las cosas que acontecen en su corazón. A Jesús, recién nacido a quien admiramos como a un Dios que se hace misteriosamente hombre. A José, asombrado de lo que está viendo y oyendo, pero viviéndolo en el silencio interior. A los pastores, que llegaron representando a todos los pobres y trabajadores de este mundo, sin saber qué pensar, solo admirar. A los ángeles, habitantes de la otra ladera alabando a Dios porque sabían mejor que nadie lo que allí sucedía. Y a los animales, representantes de la creación con aliento de vida. Faltaban solo los árboles y las plantas, que en los nuevos “Belenes” los añaden a todo el montaje escénico.
Este es el núcleo del misterio. Todo lo demás es lo “humano” que acompaña lo central de las celebraciones navideñas: las luces que decoran las calles de nuestras ciudades; las cenas de Navidad vividas en familia; los regalos y las felicitaciones; los comercios abarrotados de todos los productos decorativos, del comer y del vestir; las “cabalgatas” de los Reyes Magos, etc. Reconozco que tantos elementos adjuntos nos distraen del misterio que celebramos y que da sentido a todo lo demás; pero la realidad sociológica en nuestras ciudades opulentas no tiene marcha atrás. La Iglesia tiene que procurar salvar lo esencial de las fiestas navideñas con las celebraciones litúrgicas, con las enseñanzas doctrinales sobre el misterio del Dios encarnado, con la promoción de la caridad colectiva, etc. No olvidemos que el cristianismo es también un humanismo.
Y termino esta breve reflexión recordando que con la Encarnación de Dios nació una nueva civilización como se puede comprobar repasando la historia no solo de Oriente Medio o Europa, sino la de todo el mundo civilizado. Si, por una desgracia impensable, desapareciese la cultura y la civilización que ha creado el cristianismo en los 20 siglos de su existencia, quedarían las ciudades y los pueblos a oscuras y en una sombra cultural inmensa, imposible de rehacer. Pensemos, por ejemplo, qué sería del mundo civilizado si desapareciesen todas las catedrales, las iglesias, santuarios y ermitas, las abadías y los conventos de religiosos/as y otros centros del culto, las universidades creadas por el cristianismo, las imprentas y sus publicaciones, los hospitales, y, lo más actual en nuestras ciudades y pueblos: los servicios de Cáritas parroquiales y diocesanas, etc. Y no olvidemos el trabajo civilizador de los misioneros, no reducido solo a predicar el Evangelio.
Ante estos hechos históricos, vale poco la pena recordar que el cristianismo se expandió porque la Iglesia se alió con los poderosos; que la conversión de los pueblos “bárbaros” se debió a que se convertía el jefe y obligaba a convertirse todo el pueblo; que los cristianos no siempre han dado buen ejemplo del cumplimiento de sus reglas morales; de que no fue capaz de abolir la esclavitud, etc. Todo es verdad, pero tengo la convicción de que, sumando y restando, la conclusión es positiva y espero que este final no suene a apología del cristianismo que no lo necesita. El cristianismo se consolidó en los tres primeros siglos no protegido por los emperadores, sino perseguidos por el Imperio romano.
Comparado con estos problemas, poco importa el decir que Cristo no nació en la noche del 24 de diciembre coincidiendo con el solsticio de invierno cuando el sol se rehace en su órbita hasta llegar a la plenitud. La fecha propuesta está bien elegida porque Jesús representa el personaje central del nuevo orden mundial que él venía a inaugurar e iluminar con su vida y doctrina; es el nuevo Sol que ilumina el mundo. Que no nos distraigan de la contemplación del misterio de la Navidad las propuestas modernas de que Jesús no nació en un pesebre, que no nació el año de la fundación de Roma propuesta, etc.
¡Feliz Navidad a todos los que creen en el misterio de la Encarnación de Dios!
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