Revista Comunicación

Navidad, navidad

Por Hluisgarcia

navidad consumistaFinaliza otro año. Como los anteriores, ha pasado a la velocidad de la luz, y como los anteriores, me ha pesado un poco más que el anterior. Ha sido un mal año, para que engañarnos. La maldita crisis ha invadido todos los espacios y ha desplazado a las cosas que, hasta hace poco tiempo, llenaban esos momentos de conversación tranquila y relajada. Ahora solo se habla de paro, sueldos bajos, recorte de derechos laborales… Aunque hay un tema de conversación que cada día se hace más presente y que consigue que me vuelva a entusiasmar con el género humano: El de la solidaridad. Antes de la crisis nos daba vergüenza hablar de las penurias propias o de nuestros allegados, de cómo éste o aquel ayudan a esta otra persona porque carece de medios económicos. Era algo que, como mucho, se comentaba en los círculos más cercanos, en secreto. Ahora, la gente habla de este tema de una forma mucho más abierta, de una forma más natural. La economía nos iguala a todos siempre por abajo, y es cuando nos encontramos en esa posición cuando nos damos cuenta de que es cosa del azar estar ahí. Hoy estás tú, pero mañana puedo estar yo, o peor aún, encontrarnos ambos en ese infierno del paro, la miseria y la falta de autoestima. Y siendo conscientes de ello, no nos cuesta nada exponer nuestra precaria situación a esos posibles compañeros de caída, aunque solamente sea “por lo que pueda pasar”.

En estos últimos años he tenido la desgracia de presenciar la maldita caía de demasiadas personas queridas. Gente que, como todos los demás, ni se lo merecían ni lo esperaban. La empresa quebró, los clientes dejaron de comprar, el banco dejó de fiar… Circunstancias todas ellas ajenas a las víctimas de esta terrible debacle económica. Circunstancias que han hecho que muchas personas, tras pasar largos periodos de paro, se sientan inútiles, incapaces, desfasados. ¡Peor aún! Sientan que su época ya pasó, que se acabó su lucha y que ya nada les queda por hacer.

Sin embargo, a pesar de éste aspecto tan negativo, también muchas personas que se encuentran en esta situación comienzan a valorar las cosas importantes de la vida: los amigos, la familia, el hogar, la estima propia y ajena, y han aprendido que tener el coche más grande no nos ayuda en nada. Más que un buen coche, han descubierto que en estos tiempos es mucho mejor tener un buen corazón, con el que ser capaz de reconocer que necesitan ayuda y pedirla, dejando falsos orgullos a un lado, o con el que detectar esa necesidad interna de ayudar y dejarla hacer, no prohibirla. Ahora, esa solidaridad humana que los grandes almacenes y el buen vivir de los tiempos boyantes enterró bajo capas de prepotencia e irresponsabilidad, ha salido, una vez más, a flote. Esa solidaridad que siempre aparece en los peores momentos, cuando los cegados por el fulgor del oro lloran y los devorados por la avaricia rezan, y que siempre la levantan en hombros los más humildes, los más sencillos, los que han vivido toda su vida fortaleciendo el corazón, alimento indispensables para ella. La solidaridad es el verdadero valor humano, es el motivo por el que sentirse orgulloso de ser una buena persona, la causa directa de que tu entorno, y con él, tu vida, mejoren de verdad. Todo lo demás es crisis.

Y me vienen ahora a la cabeza miles de imágenes terribles donde, en situaciones reales o imaginadas por escritores o cineastas, esa falta de solidaridad lleva a la caída de la sociedad y a que se impongan los más despiadados. En ellas, la gente se mata por la comida, por el agua, o por apropiarse del último vehículo que, aunque destrozado, aún puede circular unos kilómetros. La gente corre sin mirar atrás y pasa por encima de todo aquel que cae delante, sin ser conscientes de que su supervivencia pasa, forzosamente, por tender la mano, ya que nadie puede sobrevivir estando constantemente en lucha contra todos los demás. El perro rabioso acaba siendo acorralado y sacrificado.

Muchos ignorantes venden esos valores de poder económico como signo de felicidad y consiguen  que los pobres de espíritu sientan permanentemente la necesidad de adquirir señales de identidad ajenas, convencidos de que así pueden gritarle al mundo quienes no son, pero sí les gustaría ser. En el fondo son meras marionetas de esos mercaderes, pero nunca lo sabrán. El solidario, sin embargo, es capaz de renunciar a esa falsa necesidad y ofrecer las cosas valiosas de verdad: Una sonrisa sincera, un saludo cordial, un abrazo con cariño, un poco de su comida, una cama donde refugiarse del frío y la humedad… Ser humano es ser solidario, y en estas fechas en las que todo se vende, hasta una falsa Navidad, ofrecida por los descendientes de aquellos mercaderes que una vez invadieron el templo, deberíamos de pararnos y recapacitar, antes de llegar a conclusiones erróneas: No valgo por lo que tengo, sino por lo que soy. No es más que yo el que más acumula, sino, como mucho, un igual, que quizás está dominado por una falsa realidad. No es culpa mía el no encontrar trabajo, sino de éste sistema que vive al servicio de los mercaderes y que ignora lo que son las personas. La Navidad, se haya convertido hoy en día en lo que se haya convertido, no puede hacernos creer que el oro es la felicidad. Ni tampoco engañarnos con que es el único periodo para ser generoso. La solidaridad es condición humana, y debemos de tratar comportarnos como humanos SIEMPRE.

Feliz humanidad.


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