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Pero ¿eso qué importa? Lo que si me parece claro es que la Navidad ha perdido ese sentido religioso (casi totalmente). La festividad ha cogido protagonismo por si sola, se la celebra a ella, no lo que ella celebra. En el fondo, no pasa de ser un acto de justicia, la Iglesia le robo la fiesta a los paganos, y ahora se la han robado los grandes almacenes.
Que haya que ser “bondadoso” por decreto, en unas fechas determinadas, me resulta inviable. Las felicitaciones, suelen ser un ritual forzado. La comida de Navidad, es difícil diferenciarla de las comidas de cualquier otra fecha del año. Y de paso, coges kilos que se empeñan en permanecer contigo el resto del ejercicio. Los regalos, una compra siempre difícil ¿acertaré?, adquirida en el momento mas caro, sabiendo que tres o cuatro días después su precio puede ser un diez o un cincuenta por ciento menor. Y si las comidas familiares tienen sus complicaciones, las de empresa es andar por un camino minado con más copas de las necesarias y al mismo tiempo sonriendo.
Y sin embargo…la celebración ha ido sobreviviendo a quienes se la han querido apropiar, paganos, iglesia, comercios. Culturas en nada vinculadas a lo cristiano celebran cada vez con más fuerza el concepto navideño. Y un año sin Navidad, no seria un año para recordar. ¿Pero por qué?
Gastamos nuestra vida en relación con otros. Más cercanos, más lejanos. Andamos el camino siempre en compañía. Y tener la ocasión, quizás algo forzada, pero necesaria, de pararse, y decirles a los otros en modos varios que celebras el estar caminando, y que celebras hacerlo con ellos, y que aunque no lo menciones a lo largo de los otros 360 días, eres consciente de que sin ellos tu camino carecería de sentido, eso es importante.
Así que, a los que estáis andando estos caminos conmigo, no es mi felicitación lo que quiero trasmitiros.
Es mi agradecimiento.
Porque (viene cursilada) no se hace camino “al andar”. Se hace camino “al andar con”.