A mí me gusta pensar que no hace tanto pero son ya muchos años los que me separan de mis primeras navidades. Era una época en la que los niños no nos aburríamos si no salíamos a patinar, a montar en bici o al parque, una época en la que simplemente no nos aburríamos o sabíamos hacerlo muy bien. No necesitábamos máquinas, ni pantallas para jugar y nuestros padres no nos preparaban intensos programas de actividades para las vacaciones. Cualquier objeto se convertía en el accesorio ideal para mis hermanos y para mí, que precisábamos de bien poco para recrear un universo paralelo que bien podía estar en la América de la esclavitud con Kunta Kinte o en un lugar en el que los muebles cobraban vida. Pasábamos las noches de las fiestas viendo al Dúo Dinámico, Rafaela Carrá, Mary Carmen y sus muñecos y las coreografías del Ballet Zoom. Todos los años daban Sonrisas y Lágrimas y todos ellos disfrutábamos de las aventuras de la familia Von Trap y María.
Unas Navidades sencillas, en familia, sin grandes lujos pero sin que nos faltara nada. Los menús de mi abuela, la mejor cocinera, iban desde el cabrito al horno al conejo en salmorejo, pasando por el pescado salado encebollado, todos ellos acompañados de papas negras arrugadas. Nada de puturrús a la pitichús regados con coulis de piaf, cocina canaria tradicional que haría las delicias de Michelín y sus secuaces. Cantábamos villancicos hasta en alemán y disfrutábamos de todos los momentos que pasábamos juntos.
Papá Noel no era un habitual de esas fechas, sin embargo aguardábamos la llegada de los Reyes Magos hasta con desespero. Una vez nos visitaron en casa y tocaron la guitarra para mi hermano pero yo no me desperté. Recuerdo esas noches en las que malamente dormía, entre nervios y miedo a que me encontraran despierta y siguieran de paso. Y esas mañanas en las que estábamos en pie desde las seis – mi hermano incluso antes, se levantaba cogía lo que más le gustaba y se volvía a la cama con sus juegos nuevos-. Desayunábamos y nos preparábamos para la peregrinación a las casas de nuestros abuelos y tíos. Y no pasaba nada por esperar a que fueran los Reyes los que nos trajeran los regalos, jugábamos igual durante las vacaciones y el resto del año con lo que ellos nos traían.
No digo que fuera una época mejor, sólo diferente. Creo que eran unas Navidades felices.