Nayarit ya no es igual
César Ricardo Luque Santana
Así reza un slogan del gobierno estatal, y en efecto, Nayarit ha cambiado en muchos aspectos pero no siempre en sentido positivo, sino también en sentido negativo en varios puntos, pero me referiré ahora al problema de la inseguridad pública relativa a la delincuencia organizada, donde cada vez son más frecuentes las escaramuzas entre delincuentes y policías, situación lamentable porque todos estamos expuesto al fuego cruzado si tenemos la mala suerte de estar en el lugar y en el momento equivocados.
Quienes somos nativos de Tepic o hemos vivido aquí por largo tiempo, nos jactábamos siempre, que pese a ser una entidad modesta económicamente en relación a muchas otras del país, gozábamos de un buen clima, de ausencia de calamidades naturales (excepto las inundaciones en algunos municipios del norte del estado en la época de lluvias) y sobre todo de tranquilidad en las calles. Asimismo teníamos la creencia de que nuestro estado era sólo un lugar de trasiego de drogas rumbo a Estados Unidos, pero ahora tenemos la amenaza real de que bandas criminales se puedan establecer definitivamente en nuestro terruño, y que sus actividades ilícitas no se limiten sólo al tráfico de drogas, sino que también ejerzan la extorsión a los comerciantes, el secuestro, entre otras prácticas criminales, con la carga de violencia que éstas conllevan, donde nadie –rico o pobre- podrá estar a salvo.
La disputa de las organizaciones criminales por las diversas plazas del país y la forma errática en que el gobierno federal ha realizado el combate al narcotráfico, ha desatado el avispero que ahora ha tocado a nuestra puerta. Las cada vez más frecuentes balaceras en nuestras calles son novedosas para nosotros pero no debiéramos acostumbrarnos a ellas. En este sentido, el llamado del gobernador a no tratar de sacar raja política de esta situación y asumirlo como un problema de todos, es correcto, pues quienes aspiran legítimamente a gobernar nuestro estado, están obligados a actuar de manera responsable, ya que después de todo, nadie podrá gobernar con un poder fáctico paralelo de corte criminal que haya asentado sus reales en Nayarit, el cual actuaría como un poder dentro del poder, manteniendo al poder formal como rehén de sus turbios intereses. La democracia y la paz social no tendrán entonces viabilidad alguna si permitimos que ello suceda.
Sin embargo, es necesario que la clase política reconozca que las medidas policíacas y jurídicas son insuficientes para contener la ola delictiva, si bien es necesario e indispensable el saneamiento y profesionalización de estas instancias para blindarlas de las injerencias del crimen organizado; pero continuar priorizando esas medidas punitivas significa confundir los efectos con las causas, con lo cual realmente lo que se pretende es eximir al modelo económico prevaleciente de ser el principal responsable del desorden existente, del empobrecimiento constante y creciente de la población, situación que evidentemente crea las condiciones para que “florezca” la delincuencia.
Los hechos demuestran por consecuencia, que el problema radica en el modelo neoliberal que se continúa instrumentando en México de manera fundamentalista, el cual ha provocado una enorme exclusión social, siendo una de las principales víctimas del mismo los jóvenes, algunos de los cuales son llamados “ninis” por los sociólogos, porque son chicos que ni estudian ni trabajan, lo que los hace vulnerables a algunos de ellos para enrolarse en las bandas criminales, pues se dan cuenta de que por los cauces legales no existen buenas expectativas para aspirar una vida decorosa, además de que viven en una atmósfera social y cultural donde parece que “el que no tranza no avanza”, ya sea por el alto grado de corrupción de nuestra clase política que le quita autoridad moral a sus dichos y acciones, o por los narco-corridos que no sólo hacen apología del delito, sino también de la vulgaridad y del mal gusto.
Así entonces, tan incorrecto sería festinar los recientes hechos delictivos para denostar al gobierno, como la actitud de éste de negar tercamente lo obvio, minimizando los acontecimientos, señalando que son hechos “aislados”, etc.; denigrando a su vez a las oposiciones o la prensa que dan cuenta de ello, con el argumento falaz de que ahuyentan las inversiones, de que son parte de la cultura del “como no” en vez de ser de la del “como sí”, tratando de ese modo de esconder la basura bajo la alfombra. La demagogia, la corrupción, la opacidad, el afán de establecer políticas para el provecho de unos cuantos, el constante empobreciendo de la gente, la deficiente educación, la ausencia de políticas culturales adecuadas, entre otras fallas, hacen difícil la existencia de una sana convivencia democrática. Esto último además, es provocado por quienes detentan el poder económico y político en nuestro país, los cuales deberían de asumir que deben ser parte de la solución erradicando sus propias fallas y excesos, pues de otro modo, queda claro que son parte del problema.