Revista Opinión

Necesitados de consuelo y capaz de consolar a los demás

Por Campblog
Necesitados de consuelo y capaz de consolar a los demás
Son muchos los que necesitan y demandan consuelo. Los invito a acercarse ahora a ellos, con nuestra mente y nuestro corazón. Miren sus rostros, escuchen sus palabras, el silencio, entremos en sus vidas. Detecten y acojan las llamadas de los que están solos y se ven abandonados por los suyos, de los cansados de la vida, de los perseguidos y calumniados, de los desdichados y desgraciados, de los excluidos y marginados, de los que no encuentran sentido a sus vidas, de los que no tienen paz en su corazón, de los que sufren a causa de los malos tratos o de sus sentimientos de culpabilidad. Contemplemos a los enfermos incurables, a los ancianos abandonados y falta de cariño, a los que han perdido a un ser querido, a los padres desconcertados por el comportamiento de sus hijos, a las parejas rotas, a los que viven la experiencia del rechazo, la incomprensión o el fracaso… a los creyentes que andan sumidos en la noche oscura, etc. Pensemos también en las familias y en los pueblos que sufren los horrores de la guerra, la miseria y el hambre, las catástrofes naturales, etc. 
Necesitados de consuelo y capaz de consolar a los demásPero, observemos también a la multitud de gente anónima que es sensible al dolor de los otros, que se hace prójimo de ellos y hace lo que está en sus manos para aliviarlo, remediarlo.
Jesús consuela con palabras pero también con el ejemplo de la propia vida. El mismo vive la experiencia del desconsuelo: En la muerte de su amigo Lázaro, se conmueve profundamente y se echa a llorar al ver llorar a Marta y a los que le acompañan; llora ante el endurecimiento de los fariseos y el rechazo de Jerusalén; siente tristeza y angustia ante su propia pasión y muerte en el Huerto de los Olivos. También él necesita ser consolado. Recibe el consuelo del Padre para asumir la muerte, el del Cireneo para llevar su cruz y el de su madre para ser fiel hasta el final. Y consolado, se convierte en consolador.
Cristo sana, cura y consuela desde la cruz a todos los que creen en él. Pablo descubrió que el consuelo brota de la desolación cuando ésta se une al sufrimiento de Cristo: “Bendito, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la misericordia y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que nosotros podamos consolar a los que sufren, con el mismo consuelo que recibimos de Dios.” (2 Cor 1,3-4)
“María, consoladora de los afligidos” así la invoca la piedad popular. En multitud de pueblos María Nuestra Señora del Consuelo o de la Consolación es venerada como su patrona e intercesora. El Evangelio subraya la sensibilidad de la Madre de Dios por la compasión y el consuelo de Dios hacia los hombres.
“María, presente en las bodas de Caná, se sitúa en el corazón de frustración humana para llevarle el remedio consolador: el remedio que sólo su hijo puede dar.” Pero Ella vivió también el desconsuelo. “Una espada te atravesará” le había anunciado el anciano Simeón al presentar a su hijo en el templo. (Lc 2,35) La desolación penetró su corazón, pero no afectó a su fe. Vivió a fondo la noche oscura. Su soledad fue la de la fe. En el dolor del Hijo clavado en la cruz y puesto después en sus brazos, María conservó la llama de la fe. Y mereció la consolación. Ella se convierte así en Madre de la misericordia y del consuelo.
María ha consolado y sigue consolando hoy a sus hijos que acuden a ella y le ruegan “vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”. Y como "abogada nuestra" ejerce su función
intercesora, que también es servicio de consolación.
El desconsolado necesita presencias cercanas que derritan su aflicción con calor humano, que conforten su tristeza con la palabra. No se puede ayudar al que sufre a distancia. Hay que acercarse a él y adentrarse en lo que está viviendo, movidos por la compasión y el deseo de consolar, alentar y servir de apoyo. Es preciso hacerlo sin prisas ni paternalismos, dejando y facilitando que el necesitado de consuelo sea el protagonista. La cercanía solidaria tiene un poder curativo: activa y hace presente al que sufre el amor de los hermanos y de Dios. Necesitados de consuelo y capaz de consolar a los demás

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