Necesito ponerme babero, saldría ganando la economía familiar en lavadoras y detergente. Y no lo digo por el rastro de babas al ver al Chiquinini tan salao con sus dos años y medio. Lo digo por mi barrigón. Ese que ya no me deja sentarme, ni tumbarme, ni nada cómodamente...
Cuando me siento a la mesa no me puedo acercar todo lo que quisiera, y no falla....¡plas! Goterón de tomate, o de huevo frito, o de mermelada. Todo directo a la camiseta. Intento tener cuidado pero no hay manera, mi barriga siempre va por delante. Me mancho más que el Chiquinini.
Hay un momento al principio del embarazo, cuando se pierde la cintura y se empieza a redondear el vientre, en que no me gusta la barriga, no está claro si estás embaraza o no. Después, con cinco o seis meses, es una barriguita muy tierna de embarazada, que te acompaña ni dar guerra y de la que te sientes orgullosa. Y por último llega la recta final, cuando ya hay un bebé bien formado dentro, y la barrigota se pone tremenda, ya no puedes con ella, te duele la espalda y mil cosas más, no sabes cómo colocarte en la cama, donde por cierto dejas una buena marca en el colchón, y es que 10 kg de más son 10 kg... Y para colmo no puedes comer sin ponerte echa un cristo.
Bueno, y aún queda el remate final: la barriga post-parto, en la que prefiero no pensar.