Y después de él, el sexo dejó de olerte a sexo, dejó de olerte a algo salvaje y tierno a la vez. El sexo te empezó a parecer artificial, automático. Ya nada olía a su almohada. El sexo ahora olía a incertidumbre y a plástico, a goma, al látex del condón. Después de correros, el ambiente no olía a endorfinas, olía a condón.
¿Quieres dejar de decepcionarme? ¿Quieres dejar de abandonarme? Deja de usarme como estación de paso, deja de hacerlo. Odio que la gente que me importa no decida quedarse en mi vida, que se conforme con menos, que con un solo vistazo decida. Me decepcionas, pero en el sentido amplio de la palabra, me cansas, me agotas, me aborreces (siempre me ha gustado esta palabra y su significado), me quitas la energía, me la chupas, la succionas y me dejas seca y deshidratada, sin ganas y sin nada. Pendiente me dejas y sin saber qué contestar, sin saber cómo exprimirte más, cómo hacer que des más de ti.
Lo viste. Lo viste el primer día, ¿no? La primera noche, cuando nos conocimos. Y no me dijiste nada, callaste y te lo guardaste para ti. Y yo también lo vi, pero no quise darme cuenta, preferí soñar. No te imaginas la de veces que he soñado contigo. Y, ¿sabes lo que me hacías sentir en todos esos sueños? Inseguridad. No te esperabas esta respuesta, ¿verdad? Probablemente habrías preferido leer otra palabra: felicidad, amor, lujuria. No. Provocabas inseguridad en mí. Y cuando alguien te provoca más lágrimas que risas te das cuenta de que no vale la pena continuar.
Pensaba que no volveríamos a vernos, que me soltarías ese rollo de que era una chica muy guapa, divertida e inteligente, PERO… Tras ese pero esperaba una decepción, una desilusión, pero ya habría estado bien así. No me habría dolido mucho porque aún no nos conocíamos. Sin embargo, me pediste el número y sí volvimos a vernos, pero habría sido mejor que no. Tu mirada, tu tono de voz, tu discurso… ¿Sabes qué me dijeron? Lo que todos me han dicho, que soy muy mona, pero muy pequeña aún, que debo madurar, que debo experimentar y que ese brillo en mis ojos asusta, da miedo, quiere conocer más y más, quiere llegar a lo más profundo, nunca quedarse en lo superficial.
Lo viste desde el primer minuto: que yo era diferente y que no llegaríamos a nada, a nada de nada. Pero no por mi culpa, sino por tus ganas. Tus putas ganas. Y ya está, acabando sin empezar siquiera. A esto ya no se le puede llamar ni acabar, se le llama ser idiota.
Y una vez leí algo que debo empezar a repetirme. Si no te busca es porque no quiere, si no te ve es porque no quiere, si no te escribe es porque no quiere… Y si no te quiere es porque no quiere. Simple y sencillo, dejémonos de tonterías y de preguntarnos qué hicimos mal.