"Nefando atrapaba a sus jugadores pero no porque los divirtiera, sino porque tenía el poder de despertar una curiosidad... ¿cómo te diría?, morbosa, que se iba agigantando adentro de uno ¿sabes?, como una mancha latiéndote encima del ombligo".
Conocí
Nefando gracias a un Aguas Estancadas en el que se habló de ella. Si no recuerdo mal, el aviso de que no se trataba de un libro de digestión sencilla, ya que se sumergía en asuntos muy delicados, fue todo lo que necesitó mi cerebro para activar un resorte que me llevó a hacerme con un ejemplar del libro de Mónica Ojeda.La novela gira en torno a Nefando, un videojuego online que se publicó en la deep web y que fue prontamente eliminado debido a su perturbador desarrollo. A través de diferentes capítulos, iremos conociendo a las seis personas que, de algún modo, estuvieron involucradas en la creación de dicho videojuego. «Nefando» no es una novela fácil debido a varios motivos. En primer lugar, la "trama" puede llevar a engaño, ya que, aunque el concepto del videojuego maldito sobrevuela cada una de las páginas, en realidad es casi una excusa para introducirnos en el cerebro de los personajes e imbuirnos de sus pensamientos, inquietudes o miedos. En segundo lugar, no estamos ante una novela convencional, ya que sus capítulos pueden ser entradas de un diario, entrevistas, extractos de foros de Internet o novelas escritas por los personajes. Y por último, y tal vez sea este el punto más importante, «Nefando» se sumerge sin ningún tipo de reparos en algunos de los peores tabúes de nuestra sociedad, mostrándose sumamente explícito en algunos pasajes que no todos los lectores serán capaces de digerir bien.Una de las grandes virtudes que, en mi opinión, posee «Nefando» es la variada psicología de sus personajes. De un modo original, Mónica Ojeda nos presenta a un grupo de personalidades totalmente asimétricas que la autora utiliza para mostrar un gran talento a la hora de crear diferentes voces. En medio de largas disertaciones (que a veces divagan demasiado), dudas metafísicas y físicas, conceptos enigmáticos y amor por la literatura, creemos leer en la novela a personajes torturados, casi rotos, envueltos en una prosa realmente admirable. Hasta que la autora decide llevarnos a otro nivel. Un nivel situado en el más profundo subsuelo en el que no sólo se vislumbra sino que se muestra con rotunda claridad la verdadera podredumbre del alma humana. Es en esos duros pasajes donde la obra te golpea en las entrañas, hurgando en puntos recónditos de nuestra psique que permanecen dormidos pero que a veces hay que despertar para hacerlos conscientes.
La escritora ecuatoriana nos habla, a través de sus personajes, de la búsqueda de identidad, de la necesidad de encontrar un lenguaje propio e incluso de los estados mentales que necesita el proceso creativo. Pero al mismo tiempo nos introduce en un mundo siniestro y plagado de imágenes bochornosas que nos transportan a rincones prohibidos, donde lo inmoral es lo ordinario. Y lo hace de un modo extraño, pues su prosa alcanza en algunos momentos un nivel extraordinario, rozando lo poético y elevando la novela, para mi gusto, muy por encima de lo acostumbrado. Tal contraste es lo que convierte a «Nefando» en la brutal experiencia que es.
Aunque «Nefando» hurga en algunos de los aspectos más oscuros del alma humana, no creo que podamos catalogarlo como un libro de terror, al menos de ese terror al que solemos referirnos cuando hablamos del género. Aquí estamos más próximos a ese horror real al que se aproximaba Jack Ketchum en La chica de al lado o a ese infierno que describía Roberto Bolaño en 2666. Aún con tales referentes, creo que «Nefando» aporta una voz nueva y una marcada identidad propia. Es de aplaudir a la editorial Candaya por tener la voluntad de apostar por obras tan arriesgadas pero al mismo tiempo tan necesarias en los tiempos que corren. Creo que la mejor manera de acabar esta reseña es avisar de que «Nefando» es una obra dura, muy dura, que no todo el mundo será capaz de soportar pero que todo el mundo, en algún momento, debería leer.